La Vuelta a España, una de las tres grandes competiciones ciclistas del mundo, ha querido presentarse siempre como un espectáculo neutro, un escaparate de esfuerzo y paisajes. Pero la neutralidad, cuando hay un genocidio en marcha, no existe. Y la carretera se está encargando de recordarlo
En varias etapas recientes, las protestas contra la participación del equipo Israel-Premier Tech han sido tan intensas que la organización se ha visto obligada a tomar decisiones excepcionales: etapas recortadas, llegadas alteradas, debates internos sobre si el equipo debe continuar en la competición por razones de seguridad. Las pancartas, los gritos de «Israel terrorista», las cunetas llenas de banderas palestinas han roto la burbuja de supuesta asepsia que algunos quieren imponer al deporte.
Lo que ocurre no es un accidente pasajero: es la evidencia de que el ciclismo, como cualquier gran evento deportivo, no pedalea en el vacío. La Vuelta es política cuando se negocian sus recorridos, cuando se venden sus derechos de emisión, cuando el dinero público sostiene sus patrocinios. Y lo es, todavía más, cuando se convierte en escaparate de un Estado acusado de crímenes atroces.
Porque lo que está sucediendo en Palestina no admite eufemismos: no es una guerra, es un genocidio. Naciones Unidas lo ha señalado al dictar medidas cautelares, considerando plausibles las alegaciones y exigiendo que Israel las prevenga. Desde octubre de 2023, más de 63.000 palestinos han sido asesinados, la mayoría mujeres y niños. A esto se suman miles de muertes por hambre y falta de atención médica tras el colapso sanitario. Son cifras insoportables, pero también son vidas, familias enteras borradas bajo los escombros.
En este contexto, la presencia de Israel-Premier Tech en la Vuelta no es un gesto inocente. Detrás del maillot está Silvan Adams, multimillonario canadiense-israelí, autoproclamado embajador de la imagen del país. Adams ha financiado operaciones de propaganda como la salida del Giro de Italia desde Jerusalén en 2018, la actuación de Madonna en Eurovisión en Tel Aviv o partidos de fútbol con Messi para blanquear la ocupación. Él mismo lo ha reconocido: Israel necesita ganar no solo en el terreno militar, sino también en la opinión pública. Su equipo ciclista es parte de esa estrategia.
El problema es que el relato se ha roto. En Navarra, en Bilbao, en distintos puntos del recorrido, la ciudadanía convirtió la Vuelta en una protesta. Banderas en las cunetas, pancartas en las llegadas, voces que recordaron que el deporte no puede ser coartada. Y lo que pasó en esas etapas −con llegadas suspendidas y resultados sin ganador oficial− es ya parte de la historia del ciclismo: por primera vez, la afición obligó a la organización a asumir que la neutralidad era imposible.
La lección es clara: el deporte nunca fue neutral. Muhammad Ali lo entendió cuando se negó a ir a Vietnam, sabiendo que lo tacharían de desertor y que perdería su título. Lo explicó con una frase que se volvió icónica −aunque existan distintas versiones exactas−: «No tengo ningún problema con el Vietcong, ellos no me han hecho nada». Detrás de esas palabras había una verdad simple: no iba a ser usado como peón de un poder injusto.
También lo supieron Tommie Smith y John Carlos en México 1968, cuando subieron al podio descalzos y alzaron el puño enguantado en negro durante el himno. Fueron expulsados, apartados, condenados al ostracismo. Pero esa foto, que entonces escandalizó, hoy es símbolo universal de dignidad.
Ali, Smith y Carlos demostraron que el deporte amplifica gestos. Que a veces un silencio roto vale más que cien victorias. Y que la memoria no guarda los tiempos de etapa, sino las imágenes que incomodan al poder.
Hoy, en la Vuelta, esa memoria se está escribiendo de nuevo. En Navarra, en Bilbao y en tantas otras carreteras del Estado, las banderas palestinas siguen recordando que el silencio no es indiferencia, es complicidad. El deporte puede ser espectáculo, puede ser fiesta, pero también puede ser conciencia. Y lo que no puede ser −no ahora, no frente a un genocidio− es coartada.
El autor es concejal en Tudela por la coalición Contigo.
