Por qué ser feminista; por Gaudia Quiro



 



Me viene a la cabeza la frase de Celia Amorós: "El feminismo a las personas muchos bienes, proporciona". Vivimos en una sociedad donde se dice que la ley defiende la igualdad, pero la diferencia de posición en ella para un sexo y el otro es evidente, en cuanto atendemos a la estadística. 

Desde mi subjetividad, yo lo he vivido como una doble verdad. Mi madre, única encargada de mi educación, afirmaba que nos había educado igual a mí y a mis hermanos. Como madre, la creí, pero yo vestía ropa con la que no podía jugar con ellos, le ayudaba a las labores del hogar mientras ellos iban al campo a ayudar a mi padre. 

En mi casa se llegó a decir que la menor fuerza física, la menstruación, el embarazo y la menopausia hacían a la mujer objetivamente inferior al hombre, sin que nadie pusiera en duda semejante afirmación. Fuera de este entorno, seguíamos bautizándonos para quitarnos el pecado original, causado por la tentación de Eva o estudiando la Revolución Francesa y la Declaración de los Derechos del Hombre como un hito en la historia de la humanidad, cuando se le negaron los derechos civiles más básicos a las mujeres que lucharon en esa misma revolución, porque no, en hombre no está incluida a la mujer. 

La consecuencia de esta doble verdad es que debes asumir que todo está bien y a la vez, sabes que lo que cuenta es lo que hacen ellos, quieres ser como ellos, seguir sus pasos y pertenecer a un club en el que serás rechazada una y otra vez. 

Hasta que encuentras el feminismo. Entonces te das cuenta de que el hombre se ha puesto a sí mismo como unidad de medida de todas las cosas y como neutro de una humanidad con dos sexos imprescindibles: hombre y mujer. 

Descubres que, pese a la imposición de conductas de género, marcadas a sangre y fuego (literalmente) sobre el sexo mujer, hemos desarrollado la excelencia en todos los ámbitos de la creación humana. Cuando recuperas la genealogía de las mujeres brillantes, ya no necesitas llamar a la puerta de ningún otro club. 

Cuando tomas conciencia de que llevas toda tu vida leyendo hombres, escuchando hombres, queriendo ser hombre y te has perdido la perspectiva del 54% de la humanidad, primero sientes rabia por el robo sufrido, más tarde sientes gozo por el tesoro encontrado.