Greta Thunberg marcó el camino. Que los niños se estén saltando las clases para tomar la iniciativa moral es una denuncia a la complacencia adulta.
Por Jonathan
Freedland para The Guardian
Traducido por Eva Calleja
Tal es el caótico estado de
nuestro mundo al revés que los niños son ahora los adultos y los adultos son
los niños. En Westminster, nuestros
supuestos líderes –hombres y mujeres maduros añejos- siguen pataleando y pidiendo
lo que nadie puede darles.
Insisten en que les deberían
permitir devorar todo el pastel de cumpleaños y que todavía les quede pastel
para comer, amenazan con marcharse enfadados de la Unión Europea y dar un
portazo tras ellos. Como dijo muy
acertadamente Dominic Grieve, el anterior fiscal general: “Amenazar con irse es
el mismo comportamiento que el de un niño de tres años que dice que no va a
respirar si no consigue lo que quiere.”
Mientras tanto en Washington,
Donald Trump, de 72 años y tres cuartos de edad, ha chillado y chillado y
chillado hasta vomitar, golpeando su pequeño puño en la mesa mientras demandaba
dinero para el gran muro de ladrillos que quiere construir, y hoy mismo, ha
declarado el estado de emergencia nacional para salirse con la suya. La
Presidenta de la Cámara de Representantes, la Demócrata Nancy Pelosi, valoró el
mes pasado la situación con bastante precisión, cuando Trump estaba cerrando el gobierno: “Es una rabieta del
presidente. Tengo cinco hijos y nueve
nietos. Se lo que es una rabieta cuando la veo.”
Pero quizá estas comparaciones
son injustas –no para Trump o los Brexiters, sino para los niños. Porque mientras Trump se ha inventado una
emergencia completamente falsa –no hay ninguna amenaza de invasión inminente de
inmigrantes en la frontera sur de EE.UU. – y mientras la amenaza de una derrota
sin acuerdo en la UE es, si acaso demasiado real, totalmente evitable a través
de un simple voto en la Cámara de los Comunes, ha recaído sobre los niños el
peso de llamar la atención sobre una emergencia que ni es falsa ni es
fácilmente evitable. Ha recaído sobre
aquellos que son tan jóvenes, que no se confía en ellos para que decidan lo que
pueden comer o cuando pueden irse a la cama, dar el toque de alarma sobre la
crisis que más importa: la crisis del clima.
¿Qué tenemos que sacar en claro
de la huelga de escolares de hoy, en Gran Bretaña y por todo el mundo, parte de
un movimiento que está creciendo rápidamente y que pretende celebrar una huelga
global para el 15 de marzo?¿Cómo debemos reaccionar ante un fenómeno que
comenzó con una sola niña, una adolescente de Estocolmo llamada Greta Thunberg,
que se saltó las clases un viernes el pasado agosto para sentarse a protestar
en los escalones del parlamento sueco, y que hoy vio a niños de primaria, y
también a adolescentes, seguir su camino, blandiendo carteles mientras
marchaban en Parliament Square y en las calles de docenas de pueblos y ciudades
británicos?
Seguramente, a primera vista, la
reacción tiene que ser de alegría liberadora.
Muchos compartirán el entusiasmo de aquellos medioambientalistas
veteranos que lo reciben como el suceso más emocionante, más esperanzador del que
han sido testigos después de décadas de campañas. La generación joven, que tan fácilmente ha
sido caricaturizada como desconectada y egocéntrica, con sus cabezas
permanentemente inclinadas hacia sus teléfonos, publicando fotos de sí mismos
en Instagram, ésta, en su lugar, tomando la iniciativa moral.
Los padres liberales han estado a
su lado con orgullo, abrigando a sus pequeños con bufandas y guantes mientras
les ven saltarse las clases para salvar el planeta. Sospecho que habrá muchos lectores del
Guardian que comparten el dilema al que me he enfrentado yo esta semana. No es si permitir a sus hijos saltarse las
clases en un año de exámenes para abordar la importante causa del cambio
climático: ese es evidente. No, el
dilema que tengo en la cabeza entra más en el detalle. ¿Deberían los padres liberales concienciados
mostrar su emoción al ver a sus hijos e hijas posicionarse o deberían pretender
que lo desaprueban, dando así a los jóvenes la emoción de una rebelión de principios?
Los profesores han peleado contra
el choque entre la ley, que dice que los niños deben estar en la escuela, y la
evidencia de que este es un “momento de enseñanza”, una experiencia de
aprendizaje. De hecho, la ley dice que
los niños deben estar en la escuela a no ser que existan “circunstancias
excepcionales”. Como me dijo la única
parlamentaria del Partido Verde, Caroline Lucas, mientras se maravillaba de las
protestas infantiles en las calles de su distrito de Brighton: “Que David
Attenborough alerte de que el futuro de la civilización está en riesgo, cuenta
como “circunstancias excepcionales”.
Y no es solo el problema con las
emisiones de carbono lo que este momento puede enseñarnos. Thunberg también está demostrando el poder de
los actos individuales. Es tan fácil
sentirse impotente ante la enorme magnitud de la crisis climática. Pero Thunberg, cuya cuenta de Twitter la
describe como una “activista por el clima de 16 años con Asperger”, es la viva
imagen de la causa contra el derrotismo.
El rabino Jonathan Wittenberg, un antiguo e incansable defensor del
medio ambiente, tiene razón al decir que el movimiento #ViernesPorElFuturo (#FridaysForFuture) “no es el primer
gran cambio que comienza con la acción de una sola persona”: de Abraham en
adelante, nuestra historia y tradición está llena de gente que, sola al
principio, cambió el mundo.
Todas estas razones nos dan
esperanza. Y sin embargo, nos
enfrentamos a una verdad mucho más dura.
Estas manifestaciones de los jóvenes son una crítica terrible para el
resto de nosotros. Son una señal de
nuestro fracaso. Su acción solo es
necesaria porque nosotros no hemos actuado.
Como un cartel en una de las protestas en Bélgica les decía a los
políticos: “Haré mis deberes cuando vosotros hagáis los vuestros.”
Esta semana ha sido el primer
aniversario del tiroteo en la escuela Parkland de Florida, una masacre de 17
jóvenes que dio paso a un movimiento de jóvenes norteamericanos que demandaban
un control para las armas de fuego. Esa
reivindicación también es producto del fracaso, de niños teniendo que actuar
porque los adultos han fracasado en su tarea básica: proteger a la
juventud. Hubo una gran vehemencia en
las palabras de Thunber en la conferencia de la ONU sobre el cambio climático
en Polonia en Diciembre: “No sois lo sufrientemente maduros para contarlo tal y
como es –hasta esa carga nos la dejáis a nosotros los niños.” Cualquier placer
u orgullo que sintamos por estas protestas debe ser templado al comprender el
fracaso del mundo adulto.
Hay una última cuestión, una que
parece injusta dado el idealismo escrito en las caras de esos niños. ¿Servirán de algo sus esfuerzos? Los escépticos dirán que no, especulando que
la atención de los jóvenes es voluble, que esto será –como los padres les han
dicho a sus hijos a lo largo del tiempo- solo una etapa. También puede que añadan que los poderosos son
muy hábiles apropiándose de los jóvenes, y por tanto neutralizándolos: Como la
reciente invitación de Thunberg a Davos.
Además, las encuestas sugieren
que no hay una mayor concienciación medioambiental entre los jóvenes. Según Ipsos Mori, solamente el 12% de los
jóvenes entre 18 y 24 años nombraron al medioambiente o a la contaminación como
un problema importante, o el más importante, al que se enfrenta el país –ni más
alta ni más baja que la media total. Ben
Page de Ipsos Mori cree que hasta que los niños no bloqueen las carreteras de
la mayoría de las ciudades, este último intento “no calará”.
Es mucho más esperanzador que
todo eso. Hay señales de que la crisis
del clima finalmente está recibiendo la atención que merece. Veremos a los
próximos candidatos demócratas contra Trump en 2020 hacer todo lo posible para aprovechar el “New
Deal verde”, una visión de transformación de la economía para salvar el planeta,
atractivo no solo para los que ya tendían a priorizar el medioambiente. Veremos también la manera en la que Extintion
Rebellion ha capturado la imaginación; o la reacción a noticias como que la
población de insectos en el mundo se está desplomando, una destrucción que
amenaza el colapso de la naturaleza misma.
Page alerta de que los humanos
son excepcionalmente malos para detectar los peligros lentos y a largo plazo:
“Estamos programados para los dientes de sable” dice. Podemos encontrar difícil imaginar el
futuro. La única manera en la que
podemos visualizarlo, quizás, es a través de nuestros hijos. Cuando nos dicen que estamos incendiando su
futuro, como estamos haciendo ahora, debemos superar nuestra vergüenza por
haberles fallado –y escucharles.
• Jonathan Freedland es un columnista de The
Guardian