Hablar en La Ribera de transición ecológica, implica también apelar al mundo rural. Dos ámbitos que, aunque haya quienes se empeñen en contra poner, son totalmente complementarios. En el tiempo que nos toca, habrá que tener en cuenta una serie de claves que pueden ser determinantes a futuro. Nuestra comarca no es ajena a las diferentes crisis, empezando por la crisis sistémica y de colapso del capitalismo, y siguiendo por la crisis ecológica y climática, derivada de las políticas neoliberales.
Ante todo éste panorama, hay que tener claras dos cuestiones. En primer lugar, los proyectos externos que se están planteando y ejecutando en la ribera no se dimensionan teniendo en cuenta las necesidades de poblaciones donde se ubican, no hay participación pública en su diseño y la propiedad de los mismos tampoco es pública y, en segundo lugar, que tenemos que avanzar entendiendo que las recetas que nos trajeron aquí, no nos van a sacar de ésta. Necesitamos un nuevo enfoque, un cambio de paradigma encaminado a sacar un máximo rendimiento de los recursos de los que disponemos, reduciendo la movilidad, de forma no sólo sostenible, sino también sustentable. Además en la Ribera, vivimos en un enclave muy interesante para llevar a cabo diversas iniciativas orientadas a prepararnos para la necesaria transición ecológica.
Es necesaria una revitalización del mundo rural, sí, pero, ¿de qué manera? Uno de los principales problemas a los que se enfrenta el agro, no es otro que su actual concepción. El mercado manda y tenemos en marcha un modelo agroindustrial, donde destaca la sobre explotación de la tierra y la intervención de los intermediarios; grandes cadenas que se lucran subiendo precios en el mercado y bajando a quienes producen. Nadie dijo que sea fácil, pero debemos caminar hacia un modelo agroecológico, que minimice o evite el uso de pesticidas, que conviva y mantenga el equilibrio con el ecosistema. Que avance hacia una ganadería y agricultura familiar y extensiva (buena defensa ante los incendios), pues es la garantía de que se respeten los ritmos de la propia tierra. Y a todo ésto, podemos sumar lo interesante de la existencia de los terrenos comunales; parcelas de titularidad pública que se sortean y garantizan que no se de, al menos en teoría, la aparición del latifundio. Cuestión ésta de vital importancia y que merecería un estudio profundo.
Dando la última puntada al tema agrario, su importancia es vital para una alimentación saludable y de calidad. La Ribera es un lugar idóneo donde practicar el consumo de productos “kilómetro cero” y de temporada, y profundizar en la soberanía alimentaria. Un enclave perfecto para tejer iniciativas que podrían derivar en una venta directa, evitando en gran medida intermediarios y garantizando precios justos tanto para productor, como para consumidor.
Al hilo de ésto, e hilvanando con otros temas, si algo nos enseñó la crisis de la covid-19, son dos cuestiones primordiales; la importancia del auzolan, el trabajo comunitario y la cooperación por un lado y en segundo lugar, que necesitamos un cambio de hábitos. Fuimos capaces de vivir con menos y bueno sería poner en práctica el verbo “decrecer”. Verbo que asusta a algunos sectores de la sociedad tanto, como el de planificar. Auzolan y planificación, que desemboquen en apoyo mutuo, la cooperación, superando el vicio de la competición.
Mantengamos un medio rural vivo por medio de localidades vivas, creando comunidad en nuestros pueblos, para luego, en una fase superior, construir comarca. Un ejemplo claro en Nafarroa es el de las comunidades energéticas de productores y consumidores. Nacidas de la voluntad popular, sustentadas en el auzolan o trabajo comunitario y más allá del hecho de producir la energía que se consume, se dotan de valores para el empoderamiento ciudadano y de democratización; tanto en la toma de decisiones como en el alcance de su objetivo. Nada que ver con otras aventuras que ceden el espacio público para intereses privados. Y con ello además, se puede planificar la energía necesaria a producir, porque la cuestión no es producir mucha, sino la que se vaya a consumir, con la vista puesta en la reducción de consumos.
Necesariamente, unas localidades vivas requieren también de un cambio de modelo de urbanismo. En nuestros pueblos, necesitamos una buena planificación para frenar la expansión urbana, optimizando la localidad existente. Necesitamos también dotarnos de un parque público de vivienda para el alquiler social y apostar por la rehabilitación energética, pues en algunas localidades empezamos a padecer también el efecto “localidad donuts”, donde las zonas centro empiezan a quedar vacías, mientras nos extendemos hacia la periferia. Dentro de ésta dinámica, no podemos olvidar las experiencias de pisos tutelados o pensar en políticas habitacionales de vivienda, donde se puedan dar espacios comunes, propicias para personas que viven solas.
Y por supuesto, activar la renaturalización del medio urbano mediante el aumento de superficies forestadas, infraestructuras verdes y ampliación de zonas de ocio al aire libre. Con el aumento de las temperaturas, dicha renaturalización se va a tornar vital en los próximos años y es un reto que debemos encarar con audacia.
Podríamos hablar de muchas más cosas, pero en resumidas cuentas, necesitamos un cambio de paradigma; una nueva forma de entender el agro, alejado del modelo agroindustrial y apostando por el agroecológico, nuevas recetas de gobernanza para revitalizar los pueblos y por ende el mundo rural, incidiendo en la participación ciudadana, la democratización, el empoderamiento de la vecindad, la búsqueda de soluciones colectivas, mayor cooperación y apoyo mutuo para defender el interés público y general, frente al interés lucrativo de las grandes corporaciones. Un gran reto, nadie lo duda, pero de ello dependerá nuestra supervivencia.
El autor es miembro de Alternatiba y EH Bildu Erribera.