Atención primaria, ojalá no le pase a nadie más; por Nerea Sáez Baztán



 





Las carencias de la atención primaria, esa que se ha ido descuidando durante los últimos años, está costando vidas. La Covid no sólo mata en los hospitales, empieza a matar, sobretodo, en casa y muchas veces lo hace por las negligencias que, por saturación o desidia, están multiplicándose en nuestro servicio de atención primaria. Lo que debía ser un medio para acelerar la atención, para dinamizar las derivaciones y para dar seguridad, se está convirtiendo en un embudo en el que, por desgracia, se están quedando nuestros seres queridos. 


A mí me ha pasado y escribo estas líneas para intentar que no le pase a nadie más. Antes de contar mi historia, quiero dejar claro que no culpamos a los y las profesionales que en ella intervienen si, acaso, a quienes tienen la responsabilidad en la gestión de la sanidad y que han ido desnudándola, poco a poco, pero sin pausa, durante los últimos años. La atención primaria es deficiente y ahora lo estamos comprobando de una forma dolorosa. En los últimos 11 años, solo se han sacado 22 plazas… Pero esto no va de números, va de personas… 


Y esta, por desgracia, es una historia de personas, la historia de la muerte de mi aita El día 18 de agosto recibí una llamada de ama diciéndome que veía a aita muy mal, que habían llamado varias veces al centro de salud, que su médica no estaba, que la compañera tampoco y que sólo le atendían por teléfono. 


Le dijeron, sin verle siquiera, que siguiera tomando unos sobres para una infección de orina que le habían diagnosticado tiempo atrás. Desde que aita tuvo un accidente a los 40 años, este tipo de afecciones era recurrente, aunque él era activo, sano y vivía sin ningún problema, siempre nos habían dicho que, si una infección le duraba más de 3 días, debíamos correr al centro de salud por si hubiese un problema en el riñón. 


Eso hicimos. Nadie nos atendió Sin embargo, no era como otras veces. Aita había perdido mucho peso (5kilos) y llevaba varios días en la cama, algo muy raro en él. Los síntomas habían empezado una semana antes. Le pedí a ama que me lo pasara y cuando escuché su voz por teléfono, me preocupé. Les pedí que subieran a Iruñea (ellos vivían en La Ribera) y una amiga les trajo. Les esperé en urgencias del hospital. Cuando vi a aita mi preocupación se convirtió casi en pánico: no podía ni andar. Le hicieron varias pruebas y entre ellas una PCR que, hasta ese momento, es decir en siete días, no le habían hecho. Los resultados según el médico, no indicaban gravedad. “¿Pero no veía como estaba mi aita?”. 


Yo insistí en que lo ingresaran porque era consciente de que su estado no era normal e incluso mi aita, que nunca iba al médico hasta estar muy jodido, le pidió que no lo mandase a casa. La respuesta del médico me dejó helada: insistió en que no había nada e incluso nos dijo que pensáramos si queríamos hacerle pasar por eso ya que, si la PCR daba positivo, ya no lo podríamos ver porque lo pasarían a planta Covid... Ante sus palabras y tras reiterarnos que todo estaba bien, decidimos volver a casa, pero cuando estábamos con los papeles del alta, nos comunicó que era positivo en Coronavirus. “¿Y ahora qué?”, le pregunté. “Ahora lo mismo, a casa en ambulancia”, me respondió “y que le siga de cerca el médico de cabecera”. 


Aluciné porque él sabía que la atención de su médica, que además no era la médica de cabecera, sólo podía ser por teléfono El 20 de agosto mi propio aita escribió una reclamación que, a día de hoy, no ha tenido respuesta. En ella decía que se había sentido desatendido, que en Villafranca (nuestro pueblo) sólo había una persona para sustituir a las dos médicas de cabecera y que no daba abasto. Pedía que lo que le había pasado a él, no le pasara a nadie más. Esos días estaba postrado en cama; tenía ganas de vomitar y diarreas continuamente. 



Lo recuerdo y aún se me encoge el corazón El día 21 llamamos al 112. Aita no podía respirar. Insistimos en subirlo a Pamplona y esta vez nos hicieron caso. Ingresó, directamente, en la sexta planta de la antigua Virgen del Camino con neumonía bilateral grave. 


Una persona que le conocía lo vio en el traslado; se asustó. Dos días después, nos avisaron de que lo bajaban a la UCI. Dentro de las restricciones de esa planta, mi hermana y yo nos turnamos para estar con él lo poco que nos dejaban. Ama no podía. Ella, durante tanto tiempo expuesta al virus, también había cogido el Covid-19. La evolución era la misma: perdía peso, no podía andar, apenas hablaba… Insistimos muchísimo con ella durante 5 días porque éramos conscientes de lo que venía. Nadie nos hizo caso. 


Llamamos varias veces al 112 llorando y unas veces venían y decían que todo era normal y otras no. Recuerdo que incluso nos llegaron a decir que lo que le pasaba era porque su marido estaba mal, una especie de ¿efecto empático?... Menos mal que, de tanto insistir, dimos con un médico del 112 que, por si acaso, decidió bajarla a Tudela para hacerle unas placas. 


Visto el resultado la mandaron directamente a Pamplona con una neumonía de bilateral de caballo. Estuvo a punto de ingresar también en la UCI, pero por suerte o quizá porque sólo habían pasado 5 días desde que empezaron los síntomas, no tuvo que hacerlo. Ama estuvo ingresada 12 días y salió por su propio pie; aita estuvo 61 días y el bicho se lo llevó. No sé si, como en el caso de mi madre, las cosas hubieran cambiado si alguien lo hubiese atendido directamente (y no por teléfono) durante los primeros días. 


No sé si en atención primaria podían haber hecho más. Estoy bastante segura de que quizá el desenlace hubiera sido distinto si le hubieran dejado ingresado el día 18 y, desde luego, lo que sí creo es que los tres días que lo mandaron a casa para que le atendieran telefónicamente sí le dieron muchos boletos en la macabra ruleta de la Covid… A él y a ama, que lo estuvo cuidando. Insisto en que no culpamos a los profesionales, bastante tienen. Sé que nadie nos va a devolver al aitatxo, sé que ama se recuperará, pero si escribo estas líneas es porque quizá contando nuestra historia conseguimos que lo que nos ha pasado a nosotras no le vuelva a pasar a nadie más. Ojalá".

PD: Gracias a Alberto 'Tito' Gil por ayudar a transcribir esta historia. 


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