Los jardines forestales perdidos de Europa






Por Max Paschall; 

Los pueblos del avellano: Las culturas indígenas de Europa regresan después de la retirada de los glaciares, trayendo consigo su árbol más preciado.

 El vergel que cubre un continente: Los pueblos Mesolíticos modelan los ecosistemas post glaciales europeos como enormes jardines forestales.

 Un clima cambiante: milenios de fluctuaciones dramáticas del clima llevaron a la creación y a la expansión de la agricultura basada en el cultivo de cereal.

 Fuerza en la diversidad: los primeros agricultores innovaron mezclas y asociaciones resilientes de cultivos para protegerse contra el cambio climático.

 Culturas hibridas: Las nuevas sociedades mixtas europeas mezclan lo mejor de las culturas cazadoras-recolectoras y agrícolas, sus prácticas, ganado y cultivos para crear maneras completamente nuevas de cultivar alimentos.

 Los jardines forestales domesticados: los agricultores del Mediterráneo adaptaron los jardines forestales de los cazadores-recolectores de sus regiones en granjas diversas de multi-niveles, creando bosques agrícolas resilientes de cultivos domesticados que todavía existen.

 Hacia una nueva cultura: Los sistemas imperialistas de agricultura de monocultivo toman su precedente en Europa, pero los métodos de jardines forestales indígenas sobreviven en los márgenes. Estos métodos antiguos están casi olvidados, pero pueden facilitar un marco para repensar la manera en la que vivimos y cultivamos alimentos en un clima cambiante.

Introducción

En las colinas sobre el rio Po en el norte de Italia, hay un puñado de granjas que tienen la misma apariencia hoy que la que habrían tenido hace tres mil años. Hay filas de árboles bajos podados, con vides llenas de fruto entre ellos. Los árboles son nativos comunes de la zona y producen fruta, leña, materiales para hacer cestería, y forraje para los animales de la granja. Las cepas son variedades antiguas que llevan milenios creciendo allí. Entre estas filas de cepas y árboles hay distintas parcelas de cereales, campos de heno, de verduras, y de hierbas aromáticas. En una sola finca se pueden encontrar todos los alimentos básicos necesarios para vivir y sustentar la granja, y más para vender a buen precio.

Este es un sistema resiliente. Una granja modelada en un bosque. Al contrario de lo que ocurre en los monocultivos de uva o cereal, aquí la diversidad es la fortaleza. Los brotes de enfermedad o de condiciones meteorológicas anómalas tienen un efecto limitado. Si una cosecha tiene un mal año, hay otra docena de cosechas que aprovechar. Estos son ecosistemas agrícolas diseñados para durar milenios, y eso es exactamente lo que han hecho.

Fila de arces (acer campestre) con cepas emparradas y a los que les podan las copas para obtener forraje “heno de árbol” para el ganado. El maíz crece al lado de la fila. 

Las cepas se cosechan para hacer vino 

Este estilo de cultivo se llama coltura promiscua - “agricultura mixta”, una práctica con profundas raíces en estas colinas. Es uno de los pocos sistemas agrícolas indígenas auténticos que quedan en toda Europa, adaptados y perfeccionados durante miles de años, desde los primeros cazadores-recolectores hasta el presente. Ha resistido eventos de cambio climático extremos, innumerables guerras e invasiones, pestilencias y plagas, exterminio cultural y colonización. 

Este es el tipo de sistema agrícola que necesitamos en el siglo XXI: Un ecosistema agrícola tridimensional totalmente integrado que sustente a personas y animales, que provea alimentos básicos y productos especializados, que aumente la biodiversidad local, y no necesite productos químicos o tectología compleja.

Mientras que la agricultura industrial moderna desciende de un sistema imperialista de plantación romano basado en el trabajo esclavo, los sistemas como la coltura promiscua son descendientes directos de los jardines forestales indígenas de la Europa pre-agrícola. Desde la Revolución Neolítica, una variedad de sistemas agrícolas en Europa que dependían principalmente de monocultivos y de un puñado de cultivos de alimentos básicos exigentes a menudo terminaban de manera abrupta y violenta. 

Sin embargo, los jardines forestales diversos de los campesinos han resistido calladamente decenas de miles de años de cambios turbulentos. Este artículo es una mirada a la historia poco conocida de estos sistemas y de sus estrategias innovadoras de supervivencia.

A medida que buscamos maneras de rehacer la forma en la que cultivamos, y vivimos en tiempos de cambio climático, desigualdad extrema y desorden político, mirar atrás a las innovaciones del pasado agroecológico escondido de Europa puede ofrecernos lecciones valiosas sobre como podríamos avanzar colectivamente.

Los pueblos del avellano

Nuestra historia comienza con la última retirada de los glaciares de Europa hace aproximadamente 15.000 años, un periodo conocido como Mesolítico (“edad de piedra media”) que terminó con la introducción de la agricultura desde Oriente Próximo entre cinco y diez mil años más tarde. La Europa mesolítica, poblada enteramente por tribus de cazadores-recolectores, era un lugar increíblemente diverso en términos de etnicidad, cultura, gestión de la tierra, religión y alimentos. Las sociedades a lo largo del continente innovaron maneras únicas de prosperar en sus respectivos paisajes durante milenios.
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Los pueblos del Mesolítico construían sus casas con materiales disponibles en la zona. Las vigas de avellano a menudo formaban el esqueleto de la estructura, y los juncos como el Phragmites australis (ahora en peligro de extinción en Europa, pero una invasiva común en América) se usaban para hacer el tejado. Las sociedades del Mesolítico eran expertos en crear sociedades prosperas cuyas únicas huellas fueron herramientas de piedra y un paisaje más diverso. 

Después de que se retiraran los glaciares, el continente era una tundra fría de líquenes, artemisa, sauces enanos, y espinos amarillos, poblada de mega fauna prehistórica y bandas de humanos migrantes que regresaban desde su refugio de la Edad de Hielo en las montañas. Alrededor de 9.600 AEC, las temperaturas globales subieron 7ºC en menos de una década, permitiendo el regreso de los bosques de hoja caduca templados. Las poblaciones de humanos mesolíticos se extendieron rápidamente por toda Europa, llevando consigo su planta más preciada: el avellano.

Al igual que con los melocotones, que una vez introducidos, los pueblos indígenas los extendieron por toda Norteamérica en cuestión de décadas, el registro de polen muestra que el avellano (Corylus avellana) se extendió de repente por toda Europa tan pronto como el clima se calentó, llevado a todas las esquinas del continente por los cazadores-recolectores. El avellano era el Árbol de la Vida original de los europeos del Mesolítico. Estos frutos secos contienen un 60% de grasa y 20% de hidratos de carbono, además de una amplia variedad de proteínas, vitaminas y minerales, un par de puñados puede cubrir las necesidades energéticas de una persona. 

Sus ramas, altas y flexibles pero lo suficientemente delgadas para cortarlas con un hacha de pedernal, se
usaban para hacer herramientas y para leña. Las chozas mesolíticas se construían a menudo con vigas de avellano. Desde la cuna hasta la tumba, los pueblos europeos del Mesolítico dependían del avellano más que de cualquier otra planta. Las excavaciones en asentamientos de este periodo pueden
descubrir cientos de miles de cascaras de avellana asadas. Durante más de cinco mil años, esta planta fue la que dio la vida a casi todos los pueblos de Europa.

El vergel que cubre todo un continente

Además del avellano, los pueblos mesolíticos utilizaron hasta 450 especies diferentes de plantas comestibles, muchas de las cuales eran plantas comunes de hábitats del borde de los bosques. Las verduras silvestres (muchas de las cuales se consideran ahora malas hierbas) como las ortigas, acederas,
celidonia menor, rumex, cenizo, las frutas como endrinas, sorbus, manzanas silvestres, cerezas, uvas, frambuesa, y tubérculos de plantas acuáticas formaban parte de la dieta mesolítica Es posible que los cazadores- recolectores del Mesolítico usaran estas plantas nativas europeas por la misma razón por la que a menudo se ven ahora como malas hierbas: son especies extremadamente resilientes, agresivas y adaptables, a las que se les puede ayudar a crecer con un esfuerzo mínimo.

Estas no eran bandas de cavernícolas hambrientos que estaban constantemente al borde de la muerte, sino sociedades ricas y resilientes que tenían una dieta mucho más diversa que la mayoría de los europeos del presente. Los investigadores han descubierto que una joven que murió hace 5.700 años en el sur de Dinamarca comió pato y avellanas, una dieta mucho más rica (y sabrosa) que la que muchos de los niños de primaria de occidente tienen en la actualidad. Y para esa dieta rica y diversa, los pueblos del Mesolítico trabajaron menos que cualquiera que vino después.

Cazar y recolectar solo requiere unas pocas horas de trabajo al día, mucho más fácil que cultivar la tierra, mucho menos que los horarios de trabajo actuales. Después de ayudar a crear los bosques europeos al traer plantas favorecidas como el avellano, continuaron gestionando su paisaje con herramientas manuales y con el fuego. Europa no era una tierra salvaje prístina, sino un continente hecho a mano con campos de árboles de frutos secos, jardines forestales semi-silvestres cuidadosamente gestionados durante miles de años. Esto se ajusta a temas comunes en todo el mundo: pueblos indígenas de Australia y del norte y del sur de América, y de otros lugares han utilizado el fuego y herramientas manuales especializadas para conseguir niveles sin precedentes de administración y gestión medioambiental durante milenios. 

Tampoco fue esto nada nuevo: los humanos (y sus ancestros Neandertales y Homo heidelbergensis) llevan modelando la ecología europea durante más de 800.000 años. Estos jardines forestales del Mesolítico fueron simplemente la manifestación más reciente y sutil de una antigua relación ecológica. Quemas controladas del bosque y la sabana permitieron a los europeos del Mesolítico alterar y diversificar sus entornos a gran escala, creando hábitats nuevos que alimentaban a las personas y mantenían más vida salvaje. 

Las áreas alrededor de los asentamientos y las áreas de acampada se quemaban regularmente para limitar la invasión del bosque, y para favorecer especies de árboles de los bordes del bosque para producción de alimentos. Estas quemas controladas establecieron hábitats como parques abiertos, que podrían multiplicar por diez en la cantidad de animales salvajes presentes, creando mejores oportunidades para la caza de ciervos, jabalís y de uros. 

En algunos lugares la gente creaba claros en el bosque para promover el crecimiento de la hiedra común (Hedera helix), un alimento favorito de los ciervos. Estos claros de hiedra servían principalmente como comederos semi- salvajes para el invierno, permitiendo a la gente cazar ciervos, o posiblemente incluso establecer manadas semi-domesticas (como los pueblos indígenas Sami en el norte de Escandinavia que hoy mantienen manadas semi- domesticas de renos). La producción de vástagos fue otra estrategia importante en la gestión de los jardines forestales del Mesolítico. Ciertos árboles y arbustos, como el avellano, se pueden cortar cada pocos años. En lugar de dañar el árbol, esto lo rejuvenece, permitiendo que la planta viva más tiempo de lo que lo haría sin cuidados.

El avellano en estado silvestre normalmente vive unos 70 u 80 años, pero una producción de vástagos regular puede prosperar y producir madera y frutos durante siglos. El sauce, otra planta con muchos usos y beneficios, se gestiona también de esta manera. La producción de vástagos se presta perfectamente a ser una tecnología mesolítica; sin sierras o herramientas de metal, era mucho más fácil recoger arboles de diámetro pequeño y ramas que grandes troncos. Para cultivar o regenerar zonas de verduras silvestres o cereales semi-domésticos, los europeos del Mesolítico también tenían una amplia variedad de herramientas manuales a su disposición, entre ellas estaban las hachas, las azadas de madera y asta, azadones y palos de escarbar. Los jardines forestales abiertos que rodeaban los campamentos y los asentamientos del Mesolítico podían ser gestionados de esta manera durante milenios. 

Un clima cambiante

Durante miles de años, los pueblos mesolíticos de toda Eurasia habían vivido de acuerdo a su alianza con la red de la vida: un pacto secreto que estaba definido por relaciones reciprocas entre sus vecinos humanos y no humanos. Sin embargo, aunque desconocido para ellos, unos importantes sucesos al otro lado del globo estaban a punto de cambiar esta forma de vida para siempre. Alrededor del 10.800 AEC las placas de hielo de Norteamérica colapsaron, provocando que las aguas de deshielo enfriaran el Atlántico Norte y desencadenando una caída global de las temperaturas. 

En unos pocos siglos, las condiciones en Europa y en el Oriente Próximo eran casi tan frías como lo habían sido durante la anterior Edad de Hielo. Este periodo, conocido como el Dryas Reciente, duro más de mil años. En el Oriente Próximo, las culturas de cazadores-recolectores vieron colapsar su modo de vida. Su paisaje edénico de árboles frutales y de frutos secos se debilitó, las grandes manadas de caza salvaje desaparecieron. Siempre habían cultivado y comido las semillas de las hierbas autóctonas como suplemento a su dieta. Durante el Dryas Reciente, sin embargo, estas hierbas (y algunas leguminosas) se convirtieron en los únicos cultivos de los que podían depender suficientemente. Mil años de plantación y cosechas tuvieron como resultado la domesticación completa de estas especies. Cuando el clima se calentó de nuevo en 9.600 AEC, tenían un cultivo que nunca se había visto antes: el cereal. Trigo, cebada, guisantes, alubias, y lino habían pasado de ser alimentos salvajes de supervivencia a ser alimentos básicos domesticados. Un periodo de cambio climático dramático había producido una clase nueva de alimentos que cambiaría el mundo para siempre. 

Esta nueva era, definida no por la caza y la recolección, sino por el cultivo de cereales, se conoce como Neolítico (“edad de piedra nueva”) El discurso tradicional afirma que la “neolitización” de Europa (el cambio de la caza-recolección por el cultivo de cereal) ocurrió como una ola desde ~6,500 AEC en Grecia a ~2500 AEC en Escandinavia, siendo las culturas agrícolas del Oriente Próximo las que llevaban el cereal y el ganado, conduciendo al fin del modo de vida inferior de cazadores-recolectores del Mesolítico. Sin embargo, una gran variedad de pruebas arqueológicas recientes apuntan hacia otra historia muy diferente. Todos los cambios o fluctuaciones dramáticas del clima, desde el Neolítico a la actualidad, precipitan importantes cambios en la agricultura. 

Como hemos visto, la gente creó entornos productivos extendiendo las avellanas por toda Europa cuando el clima cambió después del Dryas Reciente. La Pequeña Edad de Hielo del siglo XVII produjo grandes pérdidas de cosechas de cereal en Europa, dando píe a la adopción generalizada de la patata y otros cultivos del Nuevo Mundo. Igualmente, la adopción del cultivo de cereal en Europa no sucedió a un ritmo continuado, sino que ocurrió en oleadas asociadas con graves fluctuaciones del clima durante el curso de mil años. Algunos de los cereales autóctonos más antiguos todavía se cultivan en los bordes de Europa. Esta cebada “Bere” se lleva cultivando en las islas Hébridas de Escocia desde hace unos 6.000 años. 

Es tan antiguo que su nombre proviene de un idioma pre-indoeuropeo que ahora está extinto. Pequeños agricultores han preservado esta cebada durante milenios y como muchos cultivos autóctonos antiguos, tiene adaptaciones y cualidades únicas que no tienen las variedades modernas de cebada. El cereal era un tipo de alimento radicalmente nuevo para los europeos. A diferencia del cultivo de árboles que tardan años en madurar, los cereales proporcionan seguridad alimentaria inmediata si era necesario ya que crecen y se cosechan en una estación. Con cada periodo de caos inducido por el clima en la prehistoria europea, las comunidades que cultivaban cereal se extendieron cada vez más por la Europa mesolítica. 

Cuando las condiciones mejoraron, estas comunidades agrícolas crecieron en población mucho más rápido que las tribus relativamente estables de cazadores-recolectores. Los pueblos mesolíticos no desconocían el cultivo de cereal, llevaban experimentando con ellos durante milenios antes de que las culturas agrícolas del Oriente Próximo entraran en escena. La expansión de la agricultura, por tanto, no fue debida a la supuesta superioridad de los cereales, sino que los periodos repetidos de cambio climático y el caos social resultante empujaron a los europeos del Mesolítico a adoptar nuevas formas de vida para sobrevivir. De hecho, las comunidades de cazadores-recolectores del Mesolítico continuaron viviendo pacíficamente junto a las comunidades agrícolas del Neolítico durante miles de años antes de adoptar la agricultura. Como en muchas partes de Europa, las culturas de la Suecia del Mesolítico llevaban milenios dependiendo de las avellanas, algunos expertos incluso llaman a este periodo la “Edad de la Nueces”. 

Cuando las comunidades del Neolítico que cultivaban cereal entraron en el sur de Suecia alrededor del 5.500 AEC, las culturas nativas basadas en el avellano continuaron practicando sus modos tradicionales durante otros 2.600 años. Fue solo durante un periodo de enfriamiento dramático cuando las poblaciones de avellanos disminuyeron y las comunidades mesolíticas, ahora sin su árbol dador de vida sagrado, adoptaron el cultivo de cereal para 3.900 AEC. Esta historia se repitió por toda Europa. Y mientras que casi toda Europa finalmente acabó adoptando el cultivo de cereal, la resiliencia de estas culturas mesolíticas durante el curso de milenios demuestra que las avellanas son quizá la mejor opción de cultivo perenne que pueda reemplazar al cereal en un clima templado. 

Fuerza en la diversidad Durante los primeros milenios de agricultura en Europa, antes de la llegada del arado de tracción, las familias cultivaban su tierra con palos de cavar, azadas, azadones y arados de pie. Esta era una agricultura a escala humana, incapaz de extenderse más allá de los límites de la energía de una persona. Como resultado, las comunidades agrícolas del Neolítico generalmente no sobreexplotaban su entorno, en su lugar, cultivaban pequeñas parcelas de tierra durante largos periodos de tiempo con herramientas manuales, rotación de cultivos, y fertilización con ciemo del ganado, compost, y suelo nocturno, dejado el suelo que cuidaban más fértil de lo que lo encontraron. Estas granjas antiguas fueron los innovadores originales de la “agricultura regenerativa”, y en muchos aspectos se parecen a las pequeñas granjas y haciendas ecológicas actuales de unas pocas hectáreas. Los monocultivos todavía no existían como concepto. 

Los cereales no se cultivaban en parcelas de una sola variedad, sino en mezclas diversas de grano y legumbres llamadas “maslins” (o “ mashlum ”). Los cereales antiguos como el trigo farro, la escanda y la cebada se cultivaban junto a guisantes y lentejas. El cáñamo, el lino y las amapolas eran también cultivos comunes suplementarios. Esta mezcla diversa de parcelas era mucho más resiliente que los monocultivos, en algunas partes de Europa llevan 4.000 años existiendo sin cambios. En el cultivo moderno de cereal, se siembra una sola variedad de trigo en cientos de hectáreas. Si una estación no es favorable, el agricultor perderá toda la cosecha. 

Los maslins antiguos, sin embargo, les protegían contra esto. Las diferencias meteorológicas estacionales podrían beneficiar a la escanda un año, y a la cebada al siguiente. Aunque el año fuese frio o caluroso, húmedo o seco, siempre habría una cosecha que recoger. A diferencia de las variedades modernas, los cereales antiguos autóctonos se cultivaban para que tuvieran un periodo de cosecha largo con lo que se protegían de perder toda la cosecha en caso de un fenómeno meteorológico inusual. Los maslins de cultivos autóctonos fueron una manera simple aunque eficaz de que los pequeños agricultores cubrieran sus apuestas contra la variabilidad estacional y el cambio climático. 

Las últimas investigaciones sobre el cultivo de mezclas de cereales y legumbres ha confirmado lo que los agricultores del Neolítico siempre supieron: que estas mezclas de cultivos de cereal y leguminosas es superior a los monocultivos en casi todas las mediciones. Culturas híbridas Junto con los cereales y las legumbres, los granjeros del Neolítico tenían ganado doméstico como vacas, cerdos, cabras y ovejas. Dado que estas razas autóctonas de ganado del Oriente Próximo no siempre estaban bien adaptadas a las condiciones y al clima europeo, los granjeros a menudo cruzaban intencionadamente sus vacas y cerdos domésticos con uros y jabalíes nativos de Europa, que resultaban en crías domesticas pero que estaban mejor adaptadas a las condiciones locales. 

Muchas de estas razas autóctonas de ganado y de cerdos hoy son los descendientes directos de esos híbridos neolíticos entre animales salvajes y domésticos. El cerdo ibérico, una raza autóctona de España de la que sale el mundialmente famoso jamón ibérico, es muy parecida a sus ancestros neolíticos, una mezcla genética entre cerdo y jabalí. 

Cerdos ibéricos pastan bajo las encinas en la dehesa española

En España, el cerdo ibérico es un componente central del sistema de las dehesas, una obra de arte agroecológica antigua. Las dehesas son sabanas de robles hechas por el hombre en España y Portugal, pobladas de razas autóctonas tradicionales de ganado en pradera, con carrascas (Quercus ilex) y alcornoques (Quercus suber) salpicando el paisaje. El jamón ibérico, la caza y los productos no cárnicos como la trufa, las setas, la miel, los toros de lidia, y el corcho son productos valiosos de este sistema. Ganado pastando en una sabana de alcornoques, un ecosistema de dehesa clásico que produce la mayor parte del corcho que se usa en la industria vinícola de Europa. 

El corcho está en la corteza del árbol y re retira periódicamente como se puede ver aquí. 

Como ecosistema ha existido en su forma básica al menos durante 4.500 años, y en esencia es una forma domesticada de sabanas de árboles de frutos secos mesolítica gestionada con fuego, que reemplaza los uros y los jabalíes por ganado y cerdos. La dehesa no solo es un sistema silvopastoril que necesita pocos aportes, sino que ha existido durante tantos milenios que es ahora un ecosistema importante en su región, permitiendo sustentar a una gran cantidad diversidad (entre las que hay especies en peligro de extinción como el lince ibérico, el águila imperial y el buitre negro). 

Estos sistemas son un desafío a la definición misma de agricultura, y nos enseñan como puede ser la agricultura cuando se crea como un ecosistema adulto, en lugar de solo como una manera de extraer nutrientes del suelo. https://www.youtube.com/watch?v=S7AAHNxuPj0&feature=emb_logo Este documental es una excelente introducción asl sistema de la dehesa En otras zonas, la adaptación de los jardines forestales mesolíticos tomó forma de silvopastos de castaños creados como bosques abiertos semi-naturales. Estos incluían conjuntos de diversas nueces y frutas (como el castaño, el algarrobo, el almendro, la higuera, el olivo, el avellano, el alcornoque) que permitían al ganado pastar bajo sus copas. Una cultura de gestión de bosques de castaños en Córcega muestra como el uso de árboles de nuez perennes como alimento básico nunca abandonó Europa. 

Parcelas de sauce para la producción de vástagos anual son una fuente de buenos materiales para la cestería y otras artesanías

La práctica de producción de vástagos de árboles tampoco terminó en el Mesolítico. Los gruesos sauces silvestres de las orillas de los arroyos se convirtieron en parcelas de plantación de esquejes de las mejores plantas. Estas parcelas de sauce se cortaban todos los años para usarlos en artesanía y en la fabricación de herramientas. La cestería de mimbre se convirtió en una forma de arte, hasta el punto que las finas cestas celtas de las islas británicas se importaban a aristócratas romanos. La palabra “basket” (cesta), originalmente “bascauda”, es una de las pocas palabras de origen celta del idioma inglés profundamente colonizado. Los bosques de vástagos de castaños, tilos, avellanos y otras especies útiles han permanecido como una parte esencial y antigua del paisaje británico, proveyendo materiales para la construcción, para herramientas y artesanía, para la producción de carbón, para el cultivo de setas e incluso creando zonas ricas de biodiversidad en peligro de extinción. Antiguos bosques de vástagos son hábitats irremplazables para especies raras, como estos jacintos, una especie asociada a los antiguos bosques. 

Sin embargo, una de las evoluciones más reconocibles de los jardines forestales del Mesolítico es el seto vivo. Las especies de frutas y nueces del borde del bosque más comunes que cultivaban los pueblos del mesolítico, endrinos, sorbus, espinos, manzano silvestre, bayas silvestres, zarzamoras, etc, también son los setos más comunes en el norte de Europa. Durante la Revolución Neolítica, las nuevas culturas agrícolas descubrieron una manera innovadora de gestionar e integrar estas especies plantándolas en filas densas alrededor de sus granjas y de sus campos de cereales, rejuveneciéndolas periódicamente mediante la poda. 

Los ecosistemas nativos del borde del bosque, basicamente un supermercado de plantas para los pueblos del Mesolítico, se comprimió en un elemento arquitectónico para el nuevo paisaje agrario como barrera multifuncional que demarcaba la tierra, mantenía el ganado dentro o fuera de ciertas zonas y proveía alimentos, forraje, leña, mangos de herramientas, medicinas y otros materiales. 

Los setos son límites vivos con enormes beneficios funcionales y ecológicos. 

A veces los setos también se usaban como barreras defensivas; la tribu Nervios del norte de la Galia casi aniquila a las legiones invasores del Cesar en 57 AEC usando sus setos para limitar las maniobras romanas. En la actualidad, los setos europeos suministran un nuevo beneficio al servir como un depósito para la biodiversidad. En zonas ampliamente deforestadas como Irlanda, los setos son con frecuencia el mayor banco genético de biodiversidad de árboles nativos, que de otra manera se habrían perdido. 

También sirven como un corredor de vida silvestre esencial, conectando las pocas áreas de espacio natural que quedan. Los frutales silvestres de los cazadores-recolectores existen en la actualidad en forma de estas barreras vivas que se entrecruzan en los viejos campos de Europa central. El jardín forestal domesticado Las nuevas sociedades criollas que surgieron en Europa eran extraordinariamente diversas, mezclando culturas de cazadores-recolectores del Mesolítico con las comunidades agrícolas más nuevas. 

Las culturas que se alejaron demasiado de sus raíces cazadoras-recolectoras y dependieron demasiado de un puñado de cereales, como la Cultura de la Cerámica de Bandas de Europa central, fueron capaces de extenderse rápidamente pero no pudieron mantener una existencia sostenible. Tan pronto como el clima comenzó a deteriorarse, la cultura de la cerámica de bandas colapso por si misma con una violencia sin precedentes. Sin embargo, otras culturas híbridas que surgieron en este tiempo encontraron maneras de compaginar lo mejor de ambos mundos. Estas sociedades dependían de los nuevos cereales como alimento básico, sin embargo lo suplementaban con una amplia gama de alimentos indígenas y de sistemas de cultivo. 

Algunos lugares vieron como cazadores-recolectores adoptaban ganado domesticado pero desechaban los cereales, mientras que otros granjeros neolíticos adoptaban técnicas de gestión local de la tierra y cultivos de árboles nativos. Las dos sociedades radicalmente diferentes pocas veces entraron en conflicto, y los matrimonios mixtos entre ellos eran comunes en toda Europa. Muchas prácticas, creencias y sistemas del Mesolítico se mezclaron con las nuevas sociedades europeas como el resultado de esta mezcla pacífica. En las colinas Euganeas sobre el rio Po en el noroeste de Italia, una cultura neolítica combinó los cultivos de cereal del Oriente Próximo con la gestión de jardines forestales del Mesolítico. 

Los agricultores realizaron quemas controladas en su paisaje, cambiando radicalmente el ecosistema local de bosques de tilos-abetos en sabanas de cereal castaño-nogal. Durante 5.000 años, estos agricultores prendían fuegos controlados con frecuencia para eliminar malas hierbas y árboles pequeños y sembraban cereales, lino y cáñamo en el suelo fresco. Plantaban castaños y nogales en estos campos de cereal, junto con olivos, vides, y sauces, creando un paisaje agrario diverso multinivel que suministraba una amplia gama de productos y cosechas en una sola área. Este tipo de agricultura se parece a las famosas milpas indígenas de las Américas, hasta hoy, alguno de los sistemas agrícolas más avanzados del mundo. La introducción de la agricultura en la Toscana también vio los bosques gestionados del Mesolítico reorganizarse en una forma más domesticada en la granja. 

A diferencia de muchos lugares en Europa, la Toscana mantuvo una gran parte de su cultura ancestral, evitando lo peor de las invasiones Indo- Europeas que arrasaron a la mayoría de las culturas indígenas del continente durante la Edad de Bronce. Como tal, la región mantuvo una conexión con su pasado prehistórico incluso durante la civilización Etrusca en la Edad de Hierro. Los etruscos disfrutaban de una dieta muy diversa que consistía en distintos cereales anuales y legumbres, con perennes como las vides, las bayas silvestres, las avellanas, las bellotas, las olivas, las peras y los higos. El primer vino que se hizo aquí fue con la nativa Cornejo Macho (Cornus mas), antes de que las variedades superiores de uva se introdujeron a través del comercio. Los etruscos desarrollaron diversos sistemas de jardines forestales que se han llegado a conocer en Italia como coltura promiscua, o “cultivo mixto”. Como los jardines forestales extensivos de las colinas Euganeas, estas granjas eran una mezcla de agroecología mesolítica local, cultivos de árboles y perennes nativas, con el cultivo de cereal de Oriente Próximo. 

Es un sistema que ha sobrevivido hasta el día de hoy. La práctica del emparrado de vides en árboles es una de las partes más antiguas de este sistema, conocida como alberata, vite maritata, o arbustum gallicum. Los autores romanos escribieron extensamente sobre su uso: Plinio aseguraba que las vides cultivadas sobre árboles producían un vino mejor (una afirmación que se hizo eco en el comentario del viticultor americano Munson en TV cuando dijo que estas cepas evitan pudrirse y el mildiu). El árbol al que se “casa” la vid depende de factores medioambientales y económicos locales. En algunas zonas de Italia, se ha usado el moral para emparrar las vides para que den fruta, forraje para el ganado, y para criar gusanos de seda. En zonas húmedas, se usaba el sauce o el chopo. En las colinas, a menudo se usaban los cerezos como emparrado. Todo, desde el arce y el castaño al olivo y el olmo se pueden utilizar en este sistema.

La coltura promiscua es, en esencia, un duplicado domestico de los jardines forestales prehistóricos. Mientras que sus ancestros del Mesolítico habían recogido cereales silvestres, frutas y nueces, medicinas y madera de los bosques gestionados que rodeaban sus poblados, los etruscos y sus descendientes crearon un sistema complejo de policultivos que mantenía estos elementos en un marco controlado y lineal: vides domesticas trepando en filas de árboles (normalmente nativos) que se podan para obtener forraje o materiales para cestería o leña, o cosechados para fruta y aceite, todo ello rodeando pequeñas parcelas de cereales diversos, legumbres, heno y verduras que se rotaban para mantener la fertilidad. Este sistema permite la producción de cosechas básicas y de productos especializados para comerciar, y expande la capacidad de cultivar a una variedad más amplia de suelos y condiciones. Los paisajes domesticados están totalmente integrados en el ecosistema local, formando redes de conexión entre bosques locales. 

Como mosaicos de árboles, cereales, elementos rocosos y cauces, crean oasis de profunda diversidad biológica, hidrológica y geológica en el paisaje. La diversidad y la fortaleza de este sistema lo hizo resistente a la invasión de la Filoxera mortal que arrasó los monocultivos de vides más débiles de Francia. La introducción de cultivos a través de invasiones o rutas comerciales, son el único gran cambio que este sistema ha visto en dos milenios. Especies de Asia y de las Américas (cítricos, maíz, etc.) han entrado sin problemas en la coltura promiscua y ahora son cultivos básicos en estos sistemas. Las granjas diversas y bien integradas como la coltura promiscua soporta significativamente mucha más biodiversidad nativa que los monocultivos modernos. Fuente BUNDESAMT, F. U., & LANDSCHAFT, W. U. (1997). Umwelt in der Schweiz 1997. Berna, Buwal. 

Hacía una nueva cultura 

Los antiguos campesinos que crearon este sistema de jardines forestales continuaron cazando caza salvaje y recolectando alimentos silvestres, igual que sus descendientes en la Toscana hacen hoy. La cultura y la cocina de la Toscana, desde la recogida de trufas a la elaboración de vino, forman parte de una tradición continuada y de una relación con la tierra de 30.000 años. La elegancia y la casi perfección de estos jardines forestales templados se muestra en que han prosperado durante milenios en algunas de las tierras más disputadas de Europa, sobreviviendo a cambios climáticos, guerras, pestilencias, sequias y convulsiones económicas. Solo la proliferación de las políticas económicas neoliberales después de la guerra en el siglo XX se las ha arreglado para llevar a este sistema sin igual al borde de la extinción. De hecho la coltura promiscua casi ha desaparecido de su tierra natal por las mismas razones por las que otros sistemas agroecológicos europeos han desaparecido. La urbanización y la despoblación rural en el periodo moderno han eliminado virtualmente los conocimientos y las labores medioambientales tradicionales que son la base del mantenimiento y la cosecha. La intensificación del paradigma capitalista moderno ha incentivado los monocultivos extractivos industriales por encima de la autosuficiencia o los métodos regenerativos. La mecanización de la postguerra, que está construida para monocultivos y economías de escala, no es favorable para los agroecosistemas pequeños cuidados a mano, que requieren un alto grado de experiencia para modelar y trabajar con el mundo natural. 

El feudalismo señorial medieval, el sistema de plantaciones Americano y Jim Crow, y la agricultura industrial moderna son descendientes de sistemas agrícolas de monocultivos esclavistas que el imperio romano forzó en su intento de dominar y reemplazar las sociedades tribales europeas. Los sistemas opresivos como estos siempre han abanderado la eficiencia y el beneficio sin considerar el bienestar humano o la destrucción ecológica. Esta lucha esencial entre los sistemas imperialistas extractivos, y los modos de vida indígenas basados en la tierra, todavía sigue por toda Europa y en sus antiguas colonias, particularmente en las Américas. La rápida desaparición de dehesas, de bosques de producción de vástagos, de parcelas de sauces, de setos y de jardines forestales mediterráneos están todas relacionadas en esta lucha. Lo que está en juego en su supervivencia no es la conservación de una reliquia pasada, sino la protección y la expansión de las relaciones con la tierra que puedan alimentar a nuestras comunidades, conservar nuestra diversidad durante el cambio climático y crear ecosistemas productivos que duren milenios. 

A pesar de lo que nos han dicho, las sociedades indígenas europeas del Mesolítico nunca desaparecieron: se adaptaron y sobrevivieron de maneras nuevas. Sus culturas, valores, creencias espirituales, y relaciones con la tierra están cifradas en las tradiciones folclóricas y en los sistemas agroecológicos regionales que persisten por toda Europa. Estas son piezas esenciales de un antídoto a una cultura tóxica basada en el imperio que actualmente domina nuestra sociedad. Son un ejemplo de lo que podríamos perder si olvidamos demasiado, pero también de lo que podemos crear de nuevo. Nuestras crisis presentes de cambio climático, desigualdad extrema, imperialismo desbocado, y violencia endémica reflejan extrañamente las caídas de culturas anteriores que dependieron demasiado de un puñado de cultivos exigentes y de una ética expansionista. 

Pero estos tiempos de caos también pueden ser una oportunidad, una ocasión para estimular las culturas antiguas que las reemplazaron: aquellas que plantaron árboles sobre las ruinas del imperio, que rehicieron los Comunales en plantaciones abandonadas, y discretamente continuaron cuidando sus pequeños jardines forestales igual que habían hecho sus antepasados antes que ellos. Podemos haber heredado los sistemas de extracción y explotación más destructivos jamás vistos, pero también hemos heredado las semillas de una manera de vivir mejor: una manera que nuestros antiguos ancestros conocían y cuidaban. Quizá ha llegado el momento de que plantemos esas semillas de nuevo.

Traducido por Eva Calleja