Red Eléctrica, las puertas giratorias del PSOE y los silencios de Podemos





Vía: José García Domínguez


Lo escandaloso no es que hayan puesto de presidenta de Red Eléctrica Española, empresa teóricamente privada y que cotiza en el Ibex, a una militante del PSOE que sustituirá a otro militante del PSOE, el mismo que a su vez le había quitado la silla a un tercero con carné del PP, quien por su parte había accedido al mismo chollo tras desalojar a uno más del PSOE, y así ad infinitum. Igual que lo escandaloso tampoco es que exactamente lo mismo venga ocurriendo, y siempre que hay mudanza en la Moncloa, en Renfe, en Correos, en Adif, en la Sepi, en el ICO, en la Agencia F (la de la F de Falange que por norma usufructúa algún empleado o empleada de Prisa con excelencia temporal voluntaria), en el 99% de los altos cargos de libre designación de la Administración Central y hasta en la Junta del Orfeón Donostiarra. Lo en verdad escandaloso es que todos, empezando por la prensa, que solo deja de mirar hacia otro lado cuando al pobre Ábalos se le ocurre enchufar a un garrulo de su escolta en lo de los trenes, lo consideremos normal. Porque eso solo es normal en África, amén de en Grecia, en Bulgaria, en Guatemala, en Argentina, en Venezuela, en Perú, en Trinidad-Tobago y en un par de docenas más de desastres soberanos. En los demás sitios, no.

En España, país con una autoestima baja donde tanto la derecha como la izquierda viven permanentemente fascinadas y boquiabiertas ante cualquier cosa que resulte ser de origen norteamericano, quizá deberíamos intentar imitar a los yanquis en eso. Porque en Estados Unidos también ocurría en su momento que los dos partidos, demócratas y republicanos, se apropiaran de la totalidad de los empleos públicos jugosos, como si de un genuino botín de guerra se tratase, cada vez que se producía la alternancia en el poder. De hecho, y a ese respecto, la práctica habitual en USA no se distinguía en nada de lo que hoy forma parte del proceder político consuetudinario en Marruecos, España o Zaire. La primera gran democracia del mundo también fue el primer gran régimen clientelar del mundo. Y no por casualidad. Mal que nos pese admitirlo, lo uno tiende a llevar a lo otro.

Son célebres los casos del presidente Zachary Taylor, republicano, quien en 1849 cesó de una tacada al 30% de los funcionarios para sustituirlos por su gente, o el de James Buchanan, demócrata, que en 1857 despidió a un porcentaje similar igualmente para colocar a los suyos. Pero si ahora mismo Estados Unidos no es otra república más o menos bananera al uso sino la primera potencia económica del planeta, ese papel rector suyo tiene mucho que ver con el hecho de que su propia sociedad se hartó de consentir aquel estado de cosas. Porque fue, sí, la parte más sana de la sociedad norteamericana la que dio en organizarse para poner fin a la patrimonialización del Estado a cargo de los partidos, forzando la creación de una Administración pública neutral, profesionalizada, estable, independiente, regida por el principio de mérito y capacidad, además de ajena al insaciable afán imperial y depredador de los partidos. O sea, todo lo contrario de cuanto aquí acontece. Y Podemos mudo.