¿Qué implicaría aceptar que estamos en una crisis planetaria?






Por Dahr Jamail y Barbara Cecil, Truthout

Traducido por Eva Calleja

https://truthout.org/articles/what-would-it-mean-to-deeply-accept-that-were-in-planetary-crisis/


“No estamos aquí para salvar el mundo
sino para pertenecer a él más plenamente.”

–Autor desconocido

En este momento crucial del planeta, los dos nos encontramos reflexionando sobre lo que significa aceptar en toda su profundidad que nuestro hogar planetario está en crisis, y sobre cómo seguir adelante. Estas son algunas de nuestras reflexiones individuales.

Sobre la vida después de la muerte: Dahr

Desde 1996 hasta 2003 escalé las montañas de Alaska como religión. Mi vida entera revolvía alrededor de entrenar, preparar y dedicarme a viajes y expediciones de escalada en las montañas de Alaska, los altos volcanes de Méjico, los Andes en América del Sur y el Himalaya.

Durante todos esos viajes nunca caí en ninguna grieta, a pesar de haber pasado meses de mi vida cruzándolas de camino a las escaladas. Incluso había dado cursos de rescate en la Cordillera de Alaska, enseñando a otros las herramientas que iban a necesitar si ellos, o alguno de sus compañeros de cuerda, caían a través de un puente de nieve. Finalmente, llegó mi turno de caer, y lo hice con estilo.

En abril de 2003, durante un viaje a la Cordillera Chugach en Alaska, caí a través de un frágil puente de nieve, ni siquiera me di cuenta de que estaba cruzándolo cuando caí a sus profundidades. Llámalo destino, física o simplemente pura suerte: Mientras caía arrastré a mi compañero de cuerda, que estaba sujetando para controlar mi caída, a través de la superficie del glaciar hasta justo quince centímetros del borde de la grieta hasta que la cuerda, habiendo cortado el borde del hielo, tiró verticalmente en lugar de horizontalmente, y el peso de su cuerpo paró mí, o nuestra, caída.

Dos horas más tarde, él y nuestros otros dos compañeros de escalada pudieron sacarme con mucho cuidado y en un estado de hipotermia leve del agujero, aparentemente sin fondo, del que había estado colgando. Una vez en la superficie del glaciar, e intensamente consciente de lo cerca que había estado de la muerte, todo había cambiado. El resplandor rojizo de las cumbres al ponerse el sol, la fina nieve que revoloteaba cerca de una cresta cercana, las sonrisas de mis compañeros de escalada, mis botas sobre el hielo firme; todo ello era un regalo. Una gran gratitud se reflejaba en las lágrimas que me corrían por la cara mientras aullaba y gritaba y abrazaba a todos ellos por salvarme la vida. Las experiencias cercanas a la muerte, cuando eres consciente de ellas, tienen este efecto.

Así que, ¿y ahora qué, en una escala planetaria? Durante décadas el proyecto de crecimiento industrial capitalista corporativo basado en el colonialismo de poblamiento ha arrastrado a todas las especies de la tierra hacia el gran abismo sin fondo de la extinción. ¿Tenemos todavía unos metros antes de caer? ¿O ya estamos en caída libre?

Casi una década investigando y escribiendo historias sobre la crisis climática, y después de terminar mi último libro, he llegado a creer que, en efecto, estamos en caída libre. Parece muy poco probable que las gentes de este planeta se levanten de manera efectiva y derroquen a sus líderes, en su mayor parte corporativos y autoritarios, y cojan las riendas del poder, para dar el giro de 180 grados necesario para quitarles un grado o dos a las peores predicciones de temperatura, que son inminentes, y que muy probablemente arrastraran a la mayor parte de la vida en la Tierra al abismo sin fondo.

Sin embargo aquí estamos. Los glaciares, especies maravillosas, Douglas Fir, Hemlock, los arrecifes de coral (al menos en algunos pocos lugares) y mucho más que todavía queda. Las futuras generaciones nacen cada día.

Se necesita una nueva cosmología para aceptar la posibilidad de nuestra propia desaparición, además de la muerte inminente de grandes franjas de biosfera de la que dependemos y formamos parte. Mientras que este destino no está garantizado, tiempos oscuros se ciernen sobre nosotros, con otros incluso más oscuros aproximándose rápidamente.

Esta realidad debe ser vista, sentida, asimilada, para permitir que una nueva filosofía y la perspectiva que la acompaña se hagan patentes. Para mí, cada día que miro hacia las Montañas Olímpicas que se divisan desde mi casa y veo que todavía tienen nieve del invierno, y veo la vida que trae a todo lo que toca, me siento agradecido. Por toda la vida en las montañas que dependen de ella, me siento agradecido.

Por el agua que esa nieve nos trae a quienes tenemos jardines, me siento agradecido. Con esta gratitud, se intensifica mi motivación para continuar haciendo mi trabajo, y para continuar aprendiendo a pisar más suavemente sobre la Tierra y llegar a una comunión más profunda con ella. Y crece mi disposición para asumir riesgos aún mayores para proteger lo que queda, y resistir con las generaciones futuras que salen de sus escuelas a protestar. Para mí, ahora, hoy, se reduce a esto: Cada día, ¿cómo puedo servir mejor a la Tierra?

Sobre “reparación” vs aceptación: Bárbara

Se puede servir a la Tierra motivado por una urgente determinación de arreglar la crisis futura, o se puede servir a la Tierra motivado por el imperativo del amor. En ambos casos las acciones que se tomen pueden parecer similares, pero cada una desencadena un efecto distinto, y produce una experiencia personal completamente diferente.

En el dominio de la reparación, la gente presta atención a los datos que respaldan soluciones. La esperanza surge de argumentos poco convincentes a favor de la geoingeniería, de la fe en los nuevos líderes del congreso o de la acción directa dirigida a derrocar a las corporaciones, todos ellos objetivos válidos. Acabo de asistir a una conferencia de Earth Repair en la que se desencadenó una lucha interna entre defensores de soluciones bien intencionadas. La presión incondicional por las soluciones propias a veces puede reflejar una fuerte convicción intelectual, una lógica tozuda y una propensión a la polarización, todo ello sobre la subyacente desesperación y el miedo a un futuro incierto y lúgubre. Mientras que las medidas concretas para anticipar una catástrofe incluso peor son importantes, la fijación en “reparar” puede dirigirnos a callejones sin salida.

Por otra parte, el dominio de la aceptación se abre a aquellos que miran con valentía a la ciencia del caos climático. Dahr cuenta cómo los efectos acumulativos de las elecciones humanas, han desencadenado un curso irreversible hacia un colapso generalizado a corto plazo, aunque puede que haya medidas que podamos tomar para mitigar la magnitud de la catástrofe. De ahí la necesidad de aceptar que es así, aunque sea inmensamente difícil. Las implicaciones desgarran el corazón. El impulso hacia el activismo puede ralentizarse temporalmente a medida que el corazón toma la iniciativa. Lleva tiempo comprender y digerir las enormes pérdidas futuras. A medida que la intensidad y el ritmo se aceleran a nuestro alrededor, se nos pide que permanezcamos aquí el tiempo suficiente para que las hipótesis fuertemente arraigadas sobre la continuidad de la vida transmuten.

Estar atentos a las indicaciones y esperar un significado renovado son actos de devoción. El camino a seguir no llegará en forma de una radiante panacea. Mi labor ahora mismo es cuidar del corazón al otro lado de la desesperanza. En el territorio de las “reparaciones” encontramos el concepto de Crecimiento Verde.

Construido dentro de un modelo de crecimiento mejorado existen maneras de continuar con algunos estilos de vida que aseguren la identidad, el control, el confort material y cualquier otra forma de privilegio que se nos haya concedido.

Para aquellos con la suficiente valentía para entrar en el reino de la aceptación, la ilusión de la superioridad humana desaparece. Ya no somos la cima de la creación, sino que ahora se no pide que encontremos nuestro lugar en la red de la vida. En el Valle del Applegate en Oregon, el biólogo de vida salvaje Jacob Shockey adora a los castores que saben mejor que nadie reparar las cuencas inundadas. Los castores superan a los inteligentes ingenieros. Parados en seco, con humildad, las percepciones que se originan de la observación atenta y con el corazón abierto, nos dirigen hacia patrones de pensamiento desconocidos y hacia un afecto fresco (sin embargo antiguo) por el mundo. Yo, ahora, reconozco a la Tierra como un lugar sagrado, lleno de árboles y pájaros y rocas y nubes y viento que están vivos y comunicándose.

Cuando el reparar fracasa, a menudo entramos en modo de supervivencia; producir nuestra propia comida puede parecer una buena estrategia. Con espíritu de aceptación, también Dahr y yo, hemos decidido cultivar verduras, pero no solo como suministro de alimentos. Voy a la huerta por mi relación con las semillas y por el amor al compostaje. Voy a dar las gracias por todo lo que me ha dado sustento, vestido, medicina y cobijo. Voy a devolvérselo a esta Tierra en igual medida, recuperando la reciprocidad que es verdaderamente sostenible. Es un gran placer compartir nuestra abundancia con los vecinos y el banco de alimentos de la comunidad, para encontrar sentido en la calidad de los vínculos y del cariño en este valioso espacio de tiempo que tenemos ahora.

Sobre la aceptación: Dahr

Recientemente recibí un email de Karen Wang Diggs, una nutricionista y chef afincada en San Francisco. La experiencia de Karen nos ofrece un ejemplo elocuente del camino que recorre una persona hacia la aceptación. En el asunto de su email escribió, “Mi muerte.” Aunque asumí que quería decir que estaba reflexionando sobre su propia impermanencia como práctica budista, le escribí para comprobarlo, para mayor seguridad.

Lo que me contestó fue, en esencia, una bella articulación sobre cómo alguien sale de la oscuridad y entra en la aceptación de la gravedad de nuestra situación, a la vez que se entrega completamente a vivir la vida como si realmente, fuera posible que no haya un mañana:

En realidad termine tú libro un domingo. Tuve que dedicar el día entero a leer, ya que era difícil entender completamente la gravedad de tus palabras. Tuve que tomar una taza de té; alejarme; luego un vaso de vino; luego fumarme un puro; respiraciones profundas, luego vuelta al té negro, y a la meditación antes de poder enfrentarme a la última página.

La razón por la que hice eso fue para poder encarnar la situación en lugar de dejar que fuese un ejercicio analítico. Necesitaba entender la muerte de la Tierra con el corazón. Y responder a tu pregunta sobre mi plan de “muerte”…

Muchos maestros budistas me han enseñado que esta vida es impermanente, y que deberíamos vivir cada momento con bondad. Sin embargo, después de muchos años en el cojín, todavía no era capaz de vivir ese proceso.

Tu libro lo ha conseguido. Tristemente, he necesitado la catástrofe climática para despertar.

Ya es hora de ser diligente y recordarme a mí misma constantemente que nuestra existencia es finita y que en los próximos años habrá muchísimo más dolor y devastación de la que hay ahora, a medida que los fuegos quemen y los ciclones inunden países enteros.

Tengo la intención de despertarme cada día haciendo lo mejor para mi familia, mis amigos y para la comunidad. Estoy dedicando más tiempo a adentrarme en la Naturaleza. Hago senderismo, y asisto a algunas clases de técnicas de supervivencia, no es porque sea una “supervivencialista”; sino porque así puedo apreciar nuestra Tierra, bella y protectora.

Ella nos da todo lo que necesitamos. Quien sabe el estado en el que estaré dentro de cinco años, pero cualquiera que sea, al menos habré intentado hacer el bien. Con gratitud, Karen

El peregrinaje al que me llevó la elaboración de mi último libro fue para mí un camino privado al reino de la aceptación. Pero sé que, a mi alrededor, otros también se están embarcando en
este pasaje privado. Karen es una del puñado de personas que he conocido en los últimos años que también han aceptado con el corazón la gravedad de estos tiempos.

Sobre la soledad: Bárbara

Es primavera en la península Olímpica donde vivimos, plena de una exuberante erupción de botones de oro, cantos de apareamiento que suenan a través de los árboles, cervatillos recién nacidos que se tambalean ante el mundo. Me asombran las millones de helechos replegados en espirales apretadas abriéndose de repente como salidas de la nada. Me doy cuenta de cómo amo el despliegue –y puedo también anticipar la aflicción y la tristeza que siento en el otoño, cuando todo se seca y la vida se “repliega” de nuevo al mundo invisible.

Esa misma tristeza otoñal ahora está cercana, sabiendo que la gran exuberancia de la primavera se asienta sobre el trasfondo de un nuevo informe sobre el más de un millón de especies que están abocadas a la extinción. Una extinción de estas proporciones es brutal. La tristeza se manifiesta en mí como la sensación de estar perdida, de vacío y especialmente de soledad. He encontrado una forma de entender está soledad con más profundidad en las palabras del Jefe Seattle, un líder Suquamish y Duwamish del siglo 19: “¿Qué es un hombre sin las bestias? Porque si todas las bestias desaparecieran, el hombre moriría de una gran soledad de espíritu.”

Las palabras del Jefe Seattle de alguna manera me alivian, me permiten descansar en la gran soledad que él describe. De alguna manera se hace más soportable. Quizá esta aceptación, en sí misma, un acto sagrado del corazón. Qué íntimo regalo, estar sobre esta tierra con amigos que también están llegando aquí. Esto es terreno sólido para la labor de estos tiempos. Un valioso lugar de comienzo.

Emocionada por la primavera saque fotos de los helechos desplegándose. Me di cuenta de cómo prefería el nacimiento de una nueva vida a la muerte de esa especie. Así que volví al bosque y también ame los helechos secos. Esto fue un acto de aceptación que incluye los ciclos de la muerte. Yo pertenezco a ambos, al nacimiento y a la muerte. La labor de estos tiempos no es salvar el mundo sino pertenecer a él más plenamente.