La semana pasada hablábamos del acierto de Javier Esparza por su acuerdo con el PP: UPN y los populares se han mimetizado con el tiempo, sus diferencias son nimias y Ana Beltrán difícilmente iba a conseguir siquiera un escaño, por lo cual era un acierto que los miles de votos que iban a parar a la papelera redundasen en el centro-derecha.
Ahora bien, el acuerdo que se ha conocido este fin de semana entre UPN y Ciudadanos es harina de otro costal: los 'navarrísimos' quieren acudir a las urnas con un partido 'antifuerista'. En febrero del pasado año, cuando Rivera se relamía por las encuestas que le situaban en La Moncloa, Ciudadanos prometía acabar con los "chanchullos", que así llama al Convenio navarro que ahora es boicoteado por los regionalistas.
Qué encuestas debe manejar Javier Esparza para que desnaturalice a UPN y le lleve a ofrecer un pacto antinatura que puede suponer el harakiri del partido: las fuerzas del amante de la ikurriña en Aoiz son escuálidas a nivel interno y el pacto podría obligar a sacrificar a un senador, a varios diputados autonómicos y a algunos concejales.
UPN busca un nuevo nombre del tripartito conservador que puede contener el apellido de 'Navarra', para arrojarse como salvadores de algo que se encuentra en mejor momento económico e higiénico que bajo su mandato.
Esta CEDA foral difícilmente se acercará a los 25 diputados en Navarra y dificulta que el PSN siquiera valore dar su apoyo. UPN sacrificará sus siglas por primera vez en cuatro décadas y la derecha navarra está en manos de los restos del naufragio del CDN, José Andrés Burguete y Carlos Pérez-Nievas (fundador de Euskarabidea), que quieren lamer sus heridas pretéritas llevando el timón que no puede encauzar Esparza con su discurso contra la cultura vasca, es decir, la cultura navarra.
Si Javier Esparza no logra ser investido presidente tras el 26-M, UPN estará al borde de la desaparición tras cuatro décadas de historia porque los regionalistas se han quedado sin espacio político y sin discurso: de defender Navarra a atacarla. De Pamplona a Madrid. Será hora de que el PP y Ciudadanos se repartan su cadáver.
El 'plan Alli'
Íñigo Alli, preparado, dialogante y con más carisma que Javier Esparza, sabe en el mes de noviembre que Pedro Sánchez está con el agua al cuello en el Congreso y deja claro que está dispuesto a votar a favor de los presupuestos estatales del PSOE si el PSN les devuelve el favor en mayo apoyando la investidura de UPN.
Javier Esparza ni lo escucha y lo desautoriza en público. Unos días después Sergio Sayas, que podría relevar a Alli en el Congreso, dice que UPN pactará con partidos antifueristas como Vox y Esparza también lo deja a los pies de los caballos.
El plan del líder de UPN es otro: pactar con PP y Ciudadanos, sacrificar el programa histórico del partido y forzar que Vox no se presente en las forales. Crear una CEDA pilotada en Madrid (o desde Alsasua con Casado e Inda), que tenga carcasa navarra. Es el certificado de defunción de los navarristas y la certificación de que le regalan el carril central a Geroa Bai.
Así está Esparza: contra la ikurriña tras haberla tenido en su pueblo, a favor de que se mantenga la Cruz Laureada en el Parlamento foral y de que no se toquen los restos de Sanjurjo, perdiendo apoyos mediáticos (Navarra.com) y descapitalizando intelectualmente al partido (Iñaki Iriarte, albacea del discurso de Juan Cruz Alli).
Navarrismo: fantasmagoría
El navarrismo renace en el siglo XIX con reivindicación de las leyes viejas y en contra del centralismo madrileño. Por aquel entonces se entroncan dos ramas, regionalismo navarro y nacionalismo vasco, que convivieron juntos, apoyaron la cultura y la lengua local y llegaron juntos a las elecciones de 1931 con un Estatuto como sueño común.
Pero llegó la II República y las dos derechas conservadoras se rompieron: la navarra unió sus designios al bando franquista y la vasca al republicano. Una cacería, especialmente sangrienta en La Ribera, y cuarenta años de fascismo con eterna campaña contra la cultura autóctona y la imposición de la cultura española llevaron a que Navarra se convirtiese en Segovia.
El navarrismo cabalgó contradicciones gracias al enemigo común, en tesis de Ricardo Feliú, que fue durante años ETA, que servía para justificar las razones por las cuales tenían una severa incomodidad con el euskera o el autogobierno. Juan Cruz Alli intentó dotar de coherencia a UPN: "No les regalemos el euskera". Y ganó el menos intelectual, Miguel Sanz, enterrador de Caja Navarra. Desde 1994, o más bien desde 1932 (enterrado el Estatuto vasco-navarro), los regionalistas ni están ni se les espera.
UPN, una historia para no dormir
Unión del Pueblo Navarro nace en 1979 contra la Constitución y el autogobierno: la transitoria cuarta. Este hecho es paradójico, ya que los regionalistas tildan de 'anticonstitucional' al que los que le critican y dicen defender que Navarra tenga más competencias, aunque pocas veces lo demuestren.
Tras su derrota en las autonómicas de 1979 se alían a nivel estatal con AP, fundada por siete ministros de Franco. En 1983 pierden contra el PSN y se resisten a que Gabriel Urralburu sea presidente: por eso intentaron que los socialistas no alcanzasen el poder y dilataron la investidura casi un año y por eso intentaron que el PNV les apoyase.
En 1987 vuelven a perder, en 1991 ganan por la mínima tras pactar con el PP, esta vez también a nivel autonómico. Los socialistas denuncian que los regionalistas han tanteado incluso a HB para que no apoyasen su investidura. En 1995, roto UPN porque Juan Cruz Alli quería articular órganos comunes con Euskadi, el PSN vuelve al poder.... durante un año, porque desde Ferraz fuerzan a apoyar a UPN tras un escándalo interno y tras la creación de un órgano común con Euskadi.
En 1999 y 2003 logran el apoyo del CDN, pero desde entonces UPN ha estado en minoría: agostazo en 2007 para que Ferraz vuelva a tumbar un gobierno progresista con la matraca de ABC ("Navarra, cuestión de Estado"), en 2011 pacto con el PSN y 'marzazo', otra vez Ferraz, en 2014. En 2015 no pudieron asustar al PSOE porque al fin los votos del bipartidismo fueron prescindibles.
En resumen: UPN ha gobernado a nivel autonómico durante diecinueve años, once de los cuales fueron de propina (1996-99 y 2007-15). Gobernaron por el miedo que infunde su causa en Madrid gracias al desconocimiento español sobre la materia. Ahora quieren volver a gobernar sumiéndose en un magma madrileño y antifuerista. Solo les falta que Vox, tal y como hizo en 2015, haga mutis por el foro. Pero si no suman 25, cifra que difícilmente lograrán, que se preparen para hacer las maletas y cerrar unas sedes que se pintarán de azul o naranja.
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