Veinte años cumplió el Sonorama arandino, evento imprescindible en el panorama alternativo musical patrio. La ciudad burgalesa se volcó un año más con su fiesta, homenaje para la música española en pleno apagón de velas. Cierto es que en esta edición tan señalada el festival se digiere con cierto regusto amargo por cuatro motivos:
-El tortazo por las colas inaugurales del jueves, 45 minutos de polígono sin dedicarnos al oficio más antiguo del mundo.
-La creciente masificación del festival excusada por la organización con la Ley, pero admitida en parte por la misma al señalar su director que en 2018 necesitan más espacio. Cierto es que al Low Festival de Benidorm o al Arenal Sound padecen un temor similar, pero ya saben: mal de muchos...
-Los errores técnicos: de la cancelación del concierto de Dorian tras tres insoportables interrupciones al concierto de Lori Meyers partido por dos. Zas.
-El criterio musical de selección de grupos para el sábado, día grande. Porque no hubo pastel cumpleañero: Lori Meyers, ayer tan captadores de miles de fans, son hoy incapaces de mantener la fiesta por las infundadas pretensiones y la cadencia de sus nuevos temas. Y a esto se le unió que la amarga tarta de cumpleaños eran Los Planetas, para todos los puretas. El grupo lleva demasiado tiempo viviendo de rentas y el ánimo decayó por la sed de Vetusta Morla, manantial que no brotó.
Es evidente que sería injusto quedarnos solo con cuatro pinceladas con aromas negativos porque también hubo tiempo para el deleite: Amaral y Loquillo sintonizaron de sobresaliente en un jueves marcado por un delicioso concierto 20 aniversario lleno de talento y grandes voces, Leiva, y los fiestones de Fangoria y Sidonie sobresalieron los viernes a la vez que Novedades Carminha pedía paso a patadas con su estilazo ochentero y rompedor, entre la estética marginal y los acertados y repetidos estribillos, punk con guiños cómicos que dará mucho que hablar. Y el sábado...media docena de conciertos muy recomendables, pero algo faltaba...y no era Izal, que interrumpieron su escogido segundo plano para quemar la Plaza del Trigo como compensación al escaparate de hace cuatro años en el mismo escenario, propulsor de sus carreras y las de otros tantos. A destacar la descongestión de la Aranda sanferminera del mediodía, que sin embargo se compensó con cierto exceso nocturno. En todos los sentidos...
Quizás esta lectura tan negativa esté motivada porque la saturación o burbuja festivalera nos ha quemado las retinas, ayer tan felices porque todo era nuevo. Todo parecía por descubrir, acariciábamos temas y carteles con la ilusión virginal del que sueña con el mañana, pero quizás ya nos queda el idealizado recuerdo del ayer. Y en ese idílico recuerdo nos sorprendían artistas y espacios, pero nos hemos dado cuenta que nos vamos quedando sin sitio. Al menos mientras los organizadores toreen las justificadas quejas con excusas baratas de mal pagador. He dicho...