Acabar con la zonificación









Santiago Cervera en Noticias de Navarra:

Allá por octubre del año 2011 escribí un tuit en el que dije que la zonificación que imponía la Ley del Vascuence era antiliberal y, textualmente, que “regula el territorio y no piensa en las personas, que se mueven como les da la gana”. Qué más quiso Cordovilla para dedicarme entonces una más de sus imprecaciones, empeñados como estaban en defender a toda costa ese dipsómano engendro que ellos mismos habían creado tiempo antes, la cívica unión entre Barcina y Jiménez. Se ponía de manifiesto que para el régimen tal ley era uno de esos pilares de la foralidad que había que mantener incólume ante el asedio del nacionalismo, y que cualquier cambio conduciría indefectiblemente a abrir las puertas de Palacio al caballo de Troya. Una suerte de pensamiento único prohibía siquiera elucubrar sobre si el modelo diseñado por Urralburu en el año 1986 -más de treinta años de transformación social lo contemplan- seguía siendo válido o no. Al heterodoxo, palo.

Sostener hoy día una zonificación lingüística en una comunidad de diez mil kilómetros cuadrados es un absurdo, se mire por donde se mire. La idea primigenia que dio origen a la Ley del Vascuence fue una ingeniosidad de aquel gobierno del PSN que, mangancias aparte, quería disimular su pasado orgánico compartido con los de Txiki Benegas. Encontró acogida en UPN -que se abstuvo en la votación sólo a cambio de que la ley se denominara “del Vascuence” y no “del Euskera”-, oficiando ya como muñidor el recordado Rafael Gurrea, y generando la primera gran simbología socioregionalista. Así quedó establecida la separación de Navarra en tres apriscos, como si de describir fauna autóctona se tratara. Según estás empadronado, así eres partícipe de una lengua. Durante el debate parlamentario se utilizaron conceptos tan etéreos como “suficiente grado de vitalidad” para definir qué municipios componían una zona u otra. Quedó establecido el dogma de que, en realidad, en Navarra las demarcaciones territoriales son las que definen los usos idiomáticos. No sé si en algún momento aquello tuvo sentido, pero sí sé que hoy es una aberración sociolingüística. Si algo ha cambiado en treinta años es la capacidad de movernos y comunicarnos. Hay gente que vive en una población, trabaja en otra y disfruta de su ocio en una tercera. Ni siquiera es necesaria la convivencia en el mismo espacio relacional para podernos hablar, porque la red nos conecta con quien queremos y cuando queremos. Cualquiera puede crear contenidos y difundirlos, no se necesita la plaza del pueblo para charlar con el vecino. Si antiliberal es clasificar a la gente por el sitio por el que deambula, mucho más aberrante es crear unas fronteras internas que la rotunda realidad ha amortizado desde hace tiempo. La ventosidad final la ha puesto el alcalde de la cendea de Cizur -quién si no- al plantear la salida de su municipio de la zona mixta, como si los vecinos hubieran elegido a sus ediles para constreñir sus usos idiomáticos. Osadía propia de lerdos.

El gran miedo que albergan quienes aún defienden la zonificación es el de la organización del régimen de fomento del euskera en cada espacio. Lo que aterra es pensar que hay que generalizar que la administración acepte la lengua en sus usos administrativos, o que en las escuelas haya líneas formativas vascuences. Detrás de toda la humareda creada durante estos años, el navarrito de la calle vislumbra que si a su hijo se le ocurre opositar a Diputación, se le pedirá el EGA y eso beneficia la colonización institucional de Navarra por los vascos. Esta es la caricatura en la que ha devenido la ley. Una ley que hay que eliminar, por lo que es y por lo que significa. Hay que edificar otro consenso, pero esta vez no para hacer de él un tótem de la foralidad mal entendida, sino como un ejemplo de comunidad que actúa con realismo y percepción de modernidad. La zonificación ha de terminar, y los incentivos y estrategias que se apliquen al fomento del euskera bien podrían ser definidos a través de planes plurianuales aprobados por el Parlamento. Aplicar el binomio de la libertad y la responsabilidad, al que tantos mediocres tienen miedo. Seguramente la más interesada en cambiar la perspectiva debiera ser una UPN que tiene en este asunto la oportunidad para demostrar que ni vive del recuerdo de aquel paraguas que le pusieron al de Ezcároz, ni es incapaz de salir de la penosa depauperación política en la que vive desde que Pepiño se cruzó en su camino.