¿Sabías qué parte de la calle Estafeta de Iruña está en Beasain?











Para pisar una parte del adoquinado de la Estafeta, lleno de historias del encierro de Iruña y hasta con cierto halo de leyenda, no tienes que ir hasta la capital navarra. De hecho, los adoquines que hoy pavimentan la Estafeta tienen apenas 11 años de existencia, así que poco hay de leyenda en ese pavimento actual. Sin embargo, en Beasain tienes un trozo de historia pamplonesa. En concreto, 8.400 piezas de historia.

Resulta que, durante las obras de peatonalización de la Estafeta, hace poco más de una década, se desecharon los adoquines del siglo XVIII que, hasta entonces, habían sido testigos de la vida de Iruña. El Ayuntamiento de UPN, o al menos la empresa constructora, los consideró “inservibles”. Pero, tal y como se supo en 2007, sirvieron para una nueva obra: la restauración del puente de Igartza de Beasain. Los 8.400 adoquines “inservibles” acabaron siendo revendidos al precio de 42.000 euros, de los que el Ayuntamiento de Pamplona recibió… nada. Lo que se había quitado de la Estafeta para, presuntamente, enviarlo a una escombrera, acabó en un lugar emblemático de Beasain.

Aunque quizá sea excesivo llamar “patrimonio arqueológico” a esos adoquines sea un exceso; sin embargo, no es excesivo preguntarse cómo una empresa privada pudo hacer negocio con un material proveniente de Pamplona sin que el Ayuntamiento de Pamplona lo supiera ni recibiera ninguna compensación por ello.

La verdad es que este “maltrato arqueológico” de Iruña no fue entonces una novedad, puesto que en los últimos años, bajo el mandato de alcaldías de UPN, se habían vivido varios casos sorprendentes en la relación entre el urbanismo y los restos de la historia de la capital pamplonesa. Éstos son algunos de ellos.

Parking de la plaza San Francisco (1992)

Fue el primer gran parking subterráneo excavado en el casco histórico pamplonés. La empresa Trama fue la encargada de la supervisión arqueológica de las obras (se puede incluso consultar el dossier íntegro). Aparecieron restos de varias épocas, y algunos de ellos fueron llevados a una exposición debido a su importancia y buen estado de conservación.

163 objetos y fragmentos de aquellos restos tan importantes fueron noticia 24 años después. En septiembre de este 2016, fueron encontrados en un almacén, metidos en cajas de cartón, envueltos en papel de periódico, sin identificar ni catalogar. Según el Ayuntamiento, habían sido guardados en unas condiciones que no garantizaban ni su integridad ni su conservación, por lo que es posible que parte de ese patrimonio se haya echado a perder.

Parking de la Plaza del Castillo (2001-2003)

Unas obras largas y llenas de polémica terminaron con un nuevo aparcamiento subterráneo en el llamado salón de estar de Pamplona. Durante los trabajos, fueron hallados abundantes restos medievales, unas termas romanas y la necrópolis musulmana más antigua de toda la Península Ibérica. Sus 190 enterramientos, datados entre el 713 y el 799, en 4.000 metros cuadrados constituían un hito arqueológico que cambiaba la Historia de Pamplona, e incluso ha sido objeto de una tesis doctoral… en Alicante.

De la necrópolis que cambiaba la Historia musulmana de la Península Ibérica, hoy quedan… el recuerdo y la hemeroteca. En el parking de la plaza del Castillo solo se incorporaron varios lienzos de muralla, sin carteles explicativos. Gran parte de los restos arqueológicos se encuentran en el barrio de Lezkairu… enterrados en un talud para el que sirven como relleno.

Palacio de Congresos Baluarte (2003)

La construcción de un palacio de congresos y auditorio con 900 plazas de parking “desenterró” una parte de los muros de la Ciudadela: el baluarte de San Antón, derribado en la década de los 50. En 1999 se aprobó el primer proyecto básico, con un presupuesto (según la auditoría que realizó la Cámara de Comptos) de 46 millones de euros. El “hallazgo” del baluarte (que podía haberse previsto simplemente mirando un plano de Pamplona), supuso un cambio del proyecto tan radical como el incremento de los costes, que acabaron por ascender a una horquilla, según Comptos, de entre 78 y 86 millones de euros.

Es decir: incorporar un elemento arqueológico que se sabía que podía encontrarse en el lugar excavado terminó por encarecer el proyecto casi un 90%. ¿Cabe preguntarse sobre la rigurosidad del primer proyecto técnico?

Como se ve, más allá de la anécdota del adoquinado “estafetero” en Beasain, Pamplona ha vivido una época en la que el rigor en el cuidado de su patrimonio arqueológico no ha sido, ni de lejos, una prioridad.

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