Cien años con el teléfono en Tudela (1916 – 2016)











Aunque oficialmente se había inaugurado el día de Año Nuevo de 1916, muchos tudelanos supieron de la instalación del nuevo invento el día 4, al oír desde la calle el buen ambiente que reinaba en la Fonda Remigio, en la céntrica Carrera. Preguntaron la razón del jolgorio y se enteraron que el personal de Teléfonos, reunido en fraternal banquete, festejaba el acontecimiento. Y no era para menos pues la ciudad, sin apenas darse cuenta, había entrado en la era de las telecomunicaciones, iniciada por Graham Bell allá por 1876.

A España el teléfono había llegado con cierto retraso si lo comparamos con otros países europeos y tuvo bastantes dificultades de implantación. Según la Revista de Historia Económica, nº 3 (2001), en 1887, once años después de la invención, sólo había 2.312 abonados, frente a los 9.883 de Francia o los 29.040 de Alemania. Además, no era un monopolio estatal, sino que el gobierno concedía licencias a compañías privadas que se encargaban de dar servicio a sus abonados. A principios del siglo XX la principal operadora era la Compañía Peninsular de Teléfonos, de origen catalán, que en 1920 controlaba casi el 60% de los abonados. Curiosamente, mientras la Primera Guerra Mundial (1914-1918) asolaba parte de Europa, el feliz invento se abría paso fuera de las áreas urbanas de España. Los números así lo atestiguan. Si en 1914 existían 36.900 aparatos, seis años más tarde, en 1920, estaban ya cerca de los 60.000, de los cuales poco más de un millar estaban instalados en Navarra.

En la zona del Valle del Ebro el invento se extendía rápidamente, y así lo consignaba El Anunciador Ibérico de Tudela, el 29 de diciembre de 1915, al señalar que ya lo tenían Soria, Tarazona, Calahorra y Alfaro. También traía la lista de los pueblos de Navarra que se estaban incorporando, y acababa, “es verdaderamente simpático cómo se va extendiendo este excelente servicio en nuestra provincia”. Poco más tarde, el 1 de enero de 1916, quedó inaugurado oficialmente el teléfono en Tudela. No obstante, hay que señalar que la ciudad contaba, desde 1909, con una estación telefónica, situada en la casa nº 9 de la calle Soldevila, lo que supuso una mejora importante en las comunicaciones. Pero, ahora, lo que se había instalado era el teléfono particular. Y esto es lo que saludaba el poeta Alberto Pelairea desde su sección De aquí y de allá, en La Ribera de Navarra. Con el seudónimo “El gallo de la Malena”, describía las ferias de noviembre, no sin cierta sorna:

¡Pero, hombre, Tudela
/ cuánto que adelanta! …

Hay en Herrerías
/ circos y barracas,

Circos, militruques,
/ fieras del Sahara,

Cine por las noches
/ repeso en la plaza,

Concurso en la cárcel
/ de bestias variadas.

¡Pero, hombre, Tudela
/ cuánto que adelanta! …

Hay feria con bichos
/ de todas las castas,

Hay compras y ventas
/ de gran abundancia,

Teléfonos ponen
/ en todas las casas, (…)

¡Pero, hombre, Tudela
/ cuánto que adelanta!…

Nuestra azucarera
/ se nos queda en casa,

Ya hace muchos días
/ no escribo pavadas,

En las elecciones
/ la gente trabaja,

Salen concejales
/ de los que hacen falta…

¡Pero, hombre, Tudela
/ cuánto que adelanta!…

Efectivamente, Tudela se encontraba en claro momento de expansión.

Atrás quedaban los años de grave crisis económica causada por la filoxera a finales del siglo XIX y que acabó con el gran negocio de la vid. Fueron tiempos de emigración hacia América y a las incipientes regiones industriales del País Vasco y Cataluña. Pero ahora, bien entrado el siglo XX, muchas cosas comenzaban a cambiar. La gran roturación de La Bardena y Montes de Cierzo dinamizó el sector cerealista y a esto se unió la implantación de la industria azucarera que trajo numerosos puestos de trabajo, directos e indirectos, además de los dedicados al cultivo de remolacha azucarera en localidades cercanas.

La población de la ciudad aumentaba a ritmo lento pero seguro, pasando de los 9.000 habitantes de 1900, a los 10.400 dos décadas más tarde. Y aquello tuvo reflejo en el urbanismo, con nuevas calles como Díaz Bravo y Juan Antonio Fernández, que no eran sino la urbanización del camino de ronda que enlazaba la carretera de Alfaro con la que iba a Zaragoza. También la calle San Marcial – ruta a la estación del ferrocarril- se ampliaba y ganaba en prestancia con edificios como el que hoy alberga la sede de la Comunidad de Bardenas. Pero la que estaba más de moda fue el antiguo camino real Pamplona a Zaragoza, que por acuerdo del ayuntamiento en 1906 pasó a llamarse calle de don Juan Soldevila.

Los dos periódicos de la ciudad, El Anunciador Ibérico y La Ribera de Navarra, recogieron la noticia de la inauguración del teléfono y del posterior banquete. El primero lo contaba así:

“Desde el día 1º del actual, el teléfono urbano quedó inaugurado oficialmente en nuestra ciudad, pasando ya de 90 el número de abonados.

Para celebrar la fecha, el activo e ilustrado personal de Teléfonos, se reunió anoche en fraternal banquete en la acreditada Fonda Remigio –al que fuimos gratamente invitados- reinando durante él la alegría propia de estos casos, haciendo todos votos porque esta mejora que se dejaba sentir en Tudela, continúe cada día más floreciente. El popular fondista sirvió un menú de los de día grande.”

Sabemos que, a los postres, el señor Correas, jefe de teléfonos, en nombre de la Compañía Peninsular, anunció que “con el fin de dar toda clase de facilidades a los abonados, el servicio de teléfono urbano será permanente, y el interurbano podrá utilizarse hasta las tres de la madrugada”, leo que narran.

El nuevo invento encandilaba al gran público y el ruido de timbres llenaba las casas de los abonados. Pasaban de noventa el número de estos privilegiados y se esperaba que aumentasen, pues pocos dejaban de ver las ventajas y comodidades que traía. Pero, también conocían que era muy caro. Días antes, un suelto señalaba: “La tarifa establecida para el teléfono es la siguiente: 50 céntimos (de peseta) cada tres minutos o fracción y 25 céntimos el aviso”. Esta cantidad, que hoy puede parecer irrisoria, no lo era en la época. Sólo diré que esa simple conversación de apenas tres minutos costaba tanto como la suscripción de todo un mes a cualquiera de los periódicos citados. Evidentemente, el teléfono, a pesar de tantas ventajas, resultaba caro y prohibitivo para gran parte de la población.

No obstante, nada pudo parar el empuje de las nuevas tecnologías. Los pueblos del distrito también quisieron montarse al carro del progreso y comenzaron las gestiones para unirse a la red. El Anunciador Ibérico, publicaba en junio de 1916 un suelto enviado desde Monteagudo, donde se informaba de la reunión celebrada en Cascante a la que habían asistido representantes de aquella ciudad, y también de Murchante, Monteagudo y Ablitas. Se acordó en ella dirigirse a la Compañía Peninsular de Teléfonos solicitando “la instalación de una red telefónica que una los cuatro pueblos con la Central de Tudela”. Y terminaba con tono optimista: “Es de creer que no tardando mucho tendremos en esta villa el teléfono y con él una mejora importantísima”, destacaba.

Así es como llegó el teléfono a la Ribera Tudelana en 1916. Hoy, un siglo más tarde, se ha convertido en algo tan cotidiano e imprescindible que se hace difícil entender nuestra vida sin él.

Esteban Orta Rubio
Historiador