En las mañanas de finales de septiembre, me despiertan unas dulces gaitas,
me anuncian que la hora del poteo ha llegado,
unos pasos gozosos de danza despejan la mañana de volteos de campanas lejanas
en la identidad y de aires de ceremonias,
llegan olores de caserío, de huertas y de labores manuales de antaño,
armónicos ritmos del hacha haciendo saltar alegres astillas como fuegos de artificio,
en el festivo encuentro de la piel y la piedra.
Vuelvo a la noche agarrado a las faldas de las trikitixas...
vuelvo a despertar y