Josefina Lamberto, una de las nuestras; por Ramón Contreras



 




Josefina Lamberto Yoldi, nacida en la localidad de Larraga, hija de Vicente, campesino afiliado a la UGT, detenido el 15 de agosto de 1936 por la Guardia Civil con la participación de falangistas y requetés de la localidad, todos ellos identificados con nombres y apellidos. Hermana de Maravillas Lamberto que con catorce años no quiso dejar solo a su padre y le acompañó al calabozo municipal, donde fue violada varias veces. Al día siguiente ambos fueron llevados a un descampado donde les asesinaros fríamente.

Hija de Paulina Yoldi, detenida por la Guardia Civil, desposeída de todas sus pertenencias, marginada en su pueblo, obligada a marcharse a Pamplona con sus otras dos hijas, donde tuvo que pedir limosna para sobrevivir.

Con doce años Josefina fue ingresada en un convento de monjas, donde la esclavizaron y la desterraron a Pakistán. En 1992, volvió a Pamplona y abandonó la congregación religiosa. Dedicada a reivindicar la Memoria de su familia represaliada, participaba en las Asociación de Familiares de Fusilados de Navarra (AFFNA36), en la Asociación de Memoria Maravillas Lamberto de Larraga y colaboraba con todas las asociaciones de Memoria que solicitaban su testimonio. En 2014 se personó en la «querella argentina» contra los crímenes del franquismo.

Josefina es una de las últimas víctimas del genocidio franquista, perpetrado en nuestra tierra por militares golpistas, Guardia Civil, falangistas y requetés. Luchadora infatigable por los derechos humanos y la libertad. Su caso es un ejemplo del drama que preside la historia reciente del Estado español.

Se ha ido, como el resto de víctimas de la barbarie del golpismo franquista, siendo testigos directos de la terrible conculcación de derechos humanos que se produjo el 18 de julio de 1936. Que tuvo un reflejo inmediato en Navarra donde, a pesar de no existir frente de guerra, se practicó una razia asesina contra todo lo que significase ideología de izquierdas, obrera y campesina. Asesinando, violando, robando, encarcelando, reprimiendo, torturando a todas aquellas personas sobre las que existiese alguna sospecha de no adhesión al «glorioso alzamiento nacional». Y, por si fuera poco, esos execrables crímenes de lesa humanidad contaron con la bendición de la santa madre Iglesia católica y apostólica.

Josefina ha cumplido con su compromiso con la Memoria de las víctimas. Incansable en pregonar la Verdad sobre aquellos crímenes por todos los rincones de nuestra tierra. Pero, desgraciadamente, la Memoria de las víctimas no solo precisa de la Verdad. La Memoria de quienes fueron objeto de violencia por parte de los golpistas y por la dictadura que instauraron, implica necesariamente de la Justicia.

El Estado español es un caso único en la parte occidental del mundo, en donde gravísimos episodios de conculcación generalizada de derechos humanos han quedado impunes. En otros países, ya sea la Alemania nazi, la Italia fascista, el Chile pinochetista, la Argentina de Videla, la Francia de Vichy… de una u otra manera, la justicia ha intervenido para cerrar, de una forma más o menos democrática, esos trágicos capítulos.
En el Estado español eso no ha ocurrido. La Impunidad es una de las mayores lacras presentes en nuestro sistema político.

Los victimarios han ido desapareciendo con el paso del tiempo, sin rendir cuenta de sus crímenes, ni de sus robos, ni de sus tropelías cometidas.

La transición española, no se basó en el olvido, el perdón, sino en el silencio impuesto, y en el mantenimiento de la verdad oficial de los golpistas y la Iglesia, sosteniendo que «el alzamiento», su violencia, la dictadura, la represión, la carencia de libertades democráticas… fueron una justa reacción a la violencia comunista, a la violencia anticlerical de la República, a la revolución obrera de Asturias de 1934.

Por eso la democracia republicana está excluida de toda referencia del nuevo régimen instaurado en 1978, eso sí basado en la monarquía, en el mismo ejercito golpista, en los mismos cuerpos represivos y en la misma judicatura, que han llevado a cabo la lucha contra toda resistencia antifranquista.

El milagro español, equiparable al de las bodas de Canaán en las que el agua se convirtió en vino, consiste en que, de la noche a la mañana, el ejercito golpista, los cuerpos represivos y la judicatura fascista, se convirtieron en instrumentos de salvaguarda y garantía de las libertades y la democracia.

Con este drama ha tenido que luchar Josefina. Se ha ido sin que el muro de impunidad por los crímenes del franquismo haya caído.

Josefina se ha ido teniendo que aguantar la vista de ese mamotreto levantado en «homenaje de Navarra a sus muertos en la cruzada» que, incumpliendo todas las leyes sobre eliminación de simbología fascista, sigue presente en nuestra ciudad, para vergüenza y escarnio de todas aquellas personas que, como Josefina, son víctimas del franquismo.

Acabo recogiendo una poesía en euskera de nuestro compañero Josu Chueca: «Josefina emakume/ Jator ta atsegina/ Larragako lorea/ Gorriz klabelina/ Memoriaren borrokalari/ Zuzen eta fina/ Behin betiko lurra/ Bekizu arina».

El autor es miembro de Sanfermines 78: Gogoan!