Chivite gira a la derecha con el euskera y los impuestos





El PSN ha logrado rebajar el enfado que lleva treinta años provocando entre la izquierda navarra. El partido de los GAL, de Roldán, de las cuentas en Suiza, de Urralburu, de la ikurriña olvidada, de Arbeloa, de las dietas de la CAN, del marzazo, del agostazo y del regalo de la alcaldía de Pamplona a Maya ha introducido dos elementos positivos en estos últimos noventa días: ha evitado que UPN regrese al Gobierno foral (por interés propio y por la presión del PNV a La Moncloa), y ha entregado la Mancomunidad de Pamplona a un candidato progresista.

No está mal, pero María Chivite también está mostrando la patita: la presidenta no quiere recurrir las infames sentencias del Tribunal Superior de Justicia de Navarra (que anula la valoración de la lengua autóctona, el euskera, en las zonas mixta y no vascófona) y se está apresurando a hacer pinza con UPN y el PNV para eliminar el impuesto del patrimonio empresarial porque, dicen, es una anticualla y nos hace escasamente competitivos.

Ambos extremos son ciertos, pero la celeridad del PSN en quitar el impuesto y su acercamiento a las fuerzas conservadoras evidencian que la teoría de Euskal Herria Bildu es cierta: Chivite cojeará hacia la derecha para recaudar, acuerdos fiscales con Navarra Suma, y se disfrazará de progresista para gastar en lo social, guiños a Podemos e Izquierda-Ezkerra.

Va a estar interesante la legislatura y podría ponerse al rojo vivo cuando UPN abra el melón de su Congreso: Javier Esparza olvida su promesa de marcharse si no alcanzaba la presidencia. Su excusa es el éxito mediático a nivel estatal de Navarra Suma, coalición que ha desnaturalizado a UPN a cambio de no ganar apoyos transversales. El centro-derecha navarra tiene un problema: no alcanza el 40% del voto. Y así es imposible gobernar, por mucho que en ABC o en El Mundo presionen a Ferraz para que el PSN no se ponga de acuerdo con las cuatro fuerzas progresistas que tienen representación en el Parlamento foral.