“Lo que somos nunca ha sido tan incompatible con lo que necesitamos ser”
Por John
F Schumaker para New Internationalist
Magazine
Traducido por Eva Calleja
Viendo como la cultura del
consumo provoca la destrucción del planeta, ¿por qué no entramos en acción? El
psicólogo John F. Schumaker sitúa al terrible desgaste de la personalidad
humana en el centro del problema.
En su clásico de 1883 “Los
Problemas Sociales” (Social Problems),
Henry Gerge escribe que para que una cultura evite su autodestrucción en marcha,
esta debe desarrollar “una consciencia más elevada, un sentido de justicia más
entusiasta, una hermandad más cálida, un espíritu público más amplio, más
noble, más verdadero, mientras se asegura de contar con líderes responsables y
visionarios que adopten “el universo mental y moral”. En clara contraposición, la cultura de
consumo moderna se dirige a toda velocidad en la dirección opuesta, creando una
variante de persona cada vez más trivializada e indiferente, desprovista
de las cualidades “más nobles” necesarias
para sustentar una sociedad viable y unos soportes vitales florecientes.
La personalidad humana
– una crisis
Mientras que la creciente crisis
de salud mental es bien conocida, se sabe menos de la “crisis de personalidad”,
que es incluso más grave, y que ha dejado al público consumista incapacitado
para la democracia y casi inútil ante las múltiples emergencias que requieren
de una ciudadanía responsable y consciente.
En momentos de crisis, recurrimos
por reflejo al “estado de la economía” sin considerar los posibles colapsos
dentro del “estado general de la persona”, o lo que el psicólogo Erich Fromm denominó
el “carácter social” de una cultura. Con
esto se refería a la constelación compartida entre la personalidad y los rasgos
de carácter diseminados por unos modos dominantes de inculturación de la
sociedad, que sirven para forjar los valores, las prioridades, la ética, los estilos
de vida, las visiones del mundo, y también la llamada “voluntad del pueblo” comunes.
Cuando lo escribió hace más de 50
años, Fromm ya se daba cuenta de una creciente crisis de personalidad, utilizó
el término “personalidad marketing” para describir al unidimensional, mercantilizado
e insensibilizado “eterno lactante” que estaba, como predecía en su famosa conclusión
en Más allá de las Cadenas de la Ilusión (Beyond
the Chains of Illusion) en 1962, sucumbiendo a un “consenso de estupidez”
fabricado culturalmente, que podría resultar ser nuestra destrucción
definitiva. Desde entonces, el “carácter
social” se ha convertido en algo tan desorientado, y el declive de la verdadera
ciudadanía tan completo, que algunos hablan ahora de una “personalidad
apocalíptica” que propulsa nuestra carrera hacia la autodestrucción. Pero en la actualidad el problema va mucho
más allá de una “estupidez” acordada.
Infantilismo cultural
Como un consenso cultural, la
inmadurez ha unido sus fuerzas con un creciente número de pensadores sociales
que alertan de un dramático incremento de la “neotenia psicológica”, conocida
también como “infantilización cultural”.
El influyente artículo de Hipótesis Médica de Bruce G. Charlton de 2006
“El surgimiento del joven-genio” (The
rise of the boy-genius) detallaba la evolución cultural de un perfil de
personalidad marcado por una maduración cognitiva retrasada, una superficialidad
emocional y espiritual, y una “profundidad de carácter” disminuida que se
manifiesta en una “flexibilidad de actitudes, comportamiento y conocimiento
infantiles”. Mientras estas
“personalidades inacabadas” pueden haber aumentado la adaptabilidad a una
cultura volátil de lealtades inconsistentes, de capacidad de concentración
limitada y de búsqueda compulsiva de novedades, también exponen a la sociedad a
una crudeza y a una limitación juveniles que obstaculizan los juicios de orden
superior y las habilidades para la toma de decisiones, y que culminan en una
“cultura de irresponsabilidad”.
En su libro de 2017 “El Público
en Peligro” (The Public in Peril),
Henry A. Giroux escribe sobre el infantilismo cultural de la vida diaria, que
alienta a los adultos a asumir el papel de niños irreflexivos mientras
incapacita la imaginación de la juventud y destruye su papel tradicional de
“depósito de los sueños de la sociedad”.
A través de la ingeniería de una sociedad infantilizada, observa que: “La
inconsciencia se ha convertido en algo que ahora ocupa un lugar privilegiado,
si no celebrado, en el panorama político y en los aparatos culturales de
masas.” El resultado es un sistema social excesivamente dedicado a la “ignorancia
ética” y una esfera pública muda ante el valor de “un cuerpo político
democrático y de mente abierta”.
En una misma línea, el libro publicado
en 2013 del sociólogo Chirstopher Swader, La Personalidad Capitalista (The Capitalist Personality) documenta la
prevalencia de una rudimentaria personalidad cultural que exhibe un egoísmo
explosivo, una ambición egoísta y enfocada hacia el beneficio que se ha
convertido en el impulso primario del capitalismo de consumo. Aunque perjudicada
por las letales consecuencias a largo plazo, la “personalidad capitalista” era
el resultado predecible de un sistema que funcionalmente depende de niveles bajos
de convicción ética, crecimiento personal y lucidez espiritual.
La culpa ha perdido su
poder
De todas las maneras en las que
provocamos la autodestrucción, la crisis del clima es la que más necesita de
una ciudadanía y de un liderazgo responsable.
Es con gran diferencia el mayor reto moral, ético y psicosocial al que
se enfrenta nuestra especie. Pero las
condiciones culturales que fomentan la responsabilidad colectiva, el desarrollo
de otra mentalidad y consciencia han sido minadas. La culpa ha perdido la mayor parte de su
antiguo poder de persuasión y limitación. La construcción del carácter como un
camino de socialización hacia una resolución ética y un compromiso cívico
prácticamente ha desaparecido. El
narcisismo, y la diagnosis de desorden de personalidad narcisista, ha aumentado
tanto en las décadas recientes que muchos ahora consideran que la personalidad narcisista es un resultado
normal de las actuales condiciones socio-culturales. Lo mismo puede decirse de
la personalidad anti-social.
Investigadores como los del
Centro para el Estudio de la Integridad de la Universidad de Essex, han escrito
sobre una creciente crisis en la que la gente está cada vez más dispuesta a
aprobar comportamientos en ellos mismos y en otros, incluidos sus líderes e
instituciones, que antes hubiesen sido considerados deshonestos, inmorales,
injustos y antisociales. La personalidad
anti-social se ha convertido en una parte integrante de los mecanismos del
capitalismo de consumo moderno. Pero
como también apunta el sociólogo Charles Derber, el autor de Sociedad
Anti-Social (Sociopathic Society) en
2013: “El cambio climático es un síntoma del carácter anti-social de nuestro
modelo capitalista.”
Adiaforía
La empatía es la piedra angular
de la civilización y la facultad de la inteligencia humana sobre la que se
sostienen las sociedades plenamente funcionales. Pero la evidencia muestra que está
desapareciendo del “carácter social” global.
Usando datos de 127 países y más de 100.000 valoraciones, El Informe sobre Estado del Corazón (State of the Heart Report) de 2016
mostraba que la empatía era uno de los componentes de la “inteligencia
emocional” (EQ) general que estaba desapareciendo más rápidamente. Según el sociólogo Zygmunt Bauman, los
mecanismos psicosociales del capitalismo de consumo hacen tales disociaciones
morales inevitables. En la Ceguera Moral
(Moral Blindness) de 2013, utiliza la
antigua palabra estoica adiaforía (que significa “indiferentes”) para describir
el consenso de indiferencia que permite al capitalismo de consumo cumplir su
promesa operativa de una siempre creciente “destrucción creativa”. Como resultado, escribe, “estamos en peligro
de perder nuestra sensibilidad hacia el sufrimiento del prójimo”, algo que se
aplica igualmente a nuestra indiferencia, socialmente aprobada, hacia las
generaciones futuras y el bienestar del planeta.
Un clima de apatía
La ruina de la naturaleza es un
supuesto implícito del sistema capitalista actual. Mientras que los términos
“fatiga apocalíptica” y “fatiga del fin del mundo” se han unido a otros
similares como “fatiga climática”, “fatiga medioambiental” y “fatiga verde”,
todos ellos implican, no solo a una ciudadanía madura y responsable, sino a una
agotada de esquivar la catástrofe ecológica, lo que por supuesto, es
ridículo. De hecho, hace unos 10 años, una
caída especialmente brusca de la preocupación por el clima coincidió con una
avalancha de investigaciones de gran calidad sobre el cambio climático, que
alertaban a la población de la necesidad de tomar medidas urgentes. En el estudio más completo de su clase,
titulado “Declive de la preocupación publica sobre el cambio climático” (Declining public concern about climate
change) (Cambio Medioambiental Global, mayo 2012 - Global Environmental Change), los científicos políticos Lyle
Scruggs y Salil Benegal analizaron datos de los últimos 30 años y demostraron
que la preocupación climática tiene una tendencia a la baja, mostrando en estos
últimos años su descenso más intenso.
La actitud aparentemente suicida
de abandono de la preocupación por el clima se achacó inicialmente a los
problemas económicos, pero los investigadores medioambientales fueron
descubriendo poco a poco que la educación, en lugar de ser la llave maestra
para un comportamiento ético y responsable como podría pensarse, puede en
realidad empeorar las cosas. El llamado “efecto cultural contraproducente”, se
refiere a cómo la gente se revela contra los hechos que invalidan sus creencias
culturales reforzando estas aún más, incluso cuando son descaradamente
equivocadas. Investigadores del Proyecto de Cognición Cultural de la
Universidad de Yale estudiaron este efecto en relación a las opiniones sobre el
cambio climático de los diferentes partidos políticos de Estados Unidos. Para los Republicanos, la mayoría de los
cuales no creen en el cambio climático, al aumentar su conocimiento sobre las realidades
del cambio climático, menos inclinados estaban a creer en él. Para los Demócratas, al aumentar su
conocimiento sobre los hechos, eran más propensos a creer, incluso cuando conocían
menos que los Republicanos. Esto demuestra que nuestras creencias son en menor
medida producto de lo que sabemos, o de lo que está bien o está mal, que de
quienes somos en virtud de nuestras identidades culturales.
Un Sistema cultural
dominante
Sin embargo, la razón por la que
la población en general, sin tener en cuenta subgrupos, es tan inútil e
imperturbable, y sus acciones tan antiéticas en comparación con lo que deben de
ser en esta encrucijada tan fundamental de nuestra existencia, es que todo el
mundo ha sido asimilado dentro de un sistema cultural dominante cuyos fluidos
vitales son la indiferencia y la irresponsabilidad mercenaria de sus adeptos.
La cultura del consumo ha dotado a sus “personalidades incompletas” con una
mínima aptitud o motivación para la desobediencia constructiva. Mientras que la juventud ha sido históricamente
el detonador del cambio social, la juventud actual sin ideales, son la
generación más convencional y conformista de la historia –en su mayoría apiñados
alrededor de una misma zona muerta de valores marcados por el mercado,
significados comercializados y distracciones digitales.
Alineados con las
fuerzas de destrucción
Antaño se creía que, si el
proceso democrático se podís perfeccionar, la “voluntad del pueblo” prosperaría
al servicio del bien común. Pero la democracia está resultando inútil e incluso
contraproducente como solución a la crisis ecología y a los efectos secundarios
de nuestro sistema cultural obsoleto.
Una vez que una masa crítica de población se alinea completamente con las
fuerzas de destrucción, como lo está haciendo en la actualidad, la democracia
se convierte más en una carga que en una solución. En ese punto, una sociedad se encuentra a sí
misma en un aprieto psico-espiritual tan grande como cualquiera de sus otros
problemas políticos, económicos o tecnológicos.
Experimentos en eco-religión, o
religión verde, argumentaban que el tipo y grado de cambio necesario en la
actualidad solamente se puede alcanzar a través del crecimiento espiritual y de
la iluminación. Pero fracasaron, ya que ninguno fue capaz de
competir con una sociedad cada vez más desmoralizadora, ni con los persuasivos
movimientos de la ”tecnología de la prosperidad” y la “tecnología de consumo” que
venden menos pecado, menos alma y sacrificio y más recibir que dar.
Por encima de uno mismo
Solo un biofilo reaccionario o un
hippy predican todavía que el amor es la fuerza revolucionaria que puede
despertar una humanidad más elevada y darle la vuelta a nuestra marcha hacia la
muerte. La gente es cada vez menos encantadora,
tanto en términos de su falta de encanto como de su falta de habilidad para
amar. En “Hacia una cultura de
responsabilidad” (Toward a culture of
responsibility), Yasuhiko Genku Kimura señala el consenso actual, diciendo:
“La pandemia de irresponsabilidad indica una pandemia de falta de encanto en el
mundo.” De una manera más precisa, Noam
Chomsky afirma: “Que te importen los demás, es ahora una idea muy peligrosa”. Que importe cualquier cosa por encima, o
fuera de uno mismo se ha convertido en algo culturalmente peligroso, y lo más
peligroso para la empresa del “capitalismo apocalíptico” sería una población en
armonía con lo sagrado y lo supremo de la naturaleza, como ha tendido a ser el
caso a lo largo de la mayor parte de la historia humana.
La Gran Ley de los Iroqueses
requería que todas las decisiones importantes se tomasen teniendo en
consideración a las gentes y a las tierras de las siguientes siete
generaciones El Líder Luther Standing
Bear, el famoso autor y filósofo, jefe de los Iroqueses Oglala Lakota, que se
sintió moralmente obligado a seguir siendo un “agitador crónico” a pesar de su fama,
decía que: “El corazón de un hombre alejado de la naturaleza se endurece”
Nuestro aislamiento de la naturaleza sin duda contribuye al abuso incansable
que ejercemos contra ella, además de a nuestra perversión de prioridades y a nuestra
pérdida total de nociones cósmicas.
Lo que somos nunca ha sido tan
incompatible con lo que necesitamos ser. En lo que nos hemos convertido es la
mayor amenaza contra nosotros mismos y contra el planeta. Hemos sido perfectamente preparados, tanto
psicológica como espiritualmente, para el desastre. Nos hemos endurecido. Somos las gentes del apocalipsis
John F Schumakeres un psicólogo clínico y académico que vive en
Christchurch, Nueva Zelanda/Aotearoa