La tercera vía: Catalunya, 1934-2017








El clima de violencia que se respira entre las dos polarizadas trincheras tiene tres antecedentes a la declaración de independencia que previsiblemente aprobará el Parlament en los próximos días. Nos podríamos retrotraer a la Corona de Aragón, o al Condado de Barcelona para ver las tiranteces entre Madrid y la Ciudad Condal. Pero preferimos recordar que hasta en tres ocasiones se proclamó el Estat Català: en 1873, primer periodo republicano, la proclamación, en ese caso ni siquiera independentista, acabó con un intercambio de telegramas durante un par de días, tras los cuales Madrid prometió disolver el Ejercito español en Catalunya. En 1931, segundo periodo republicano, el anuncio catalán, entonces con el espíritu de simple brindis al sol, conllevó que el Gobierno español prometiese aceptar un Estatut.

Catalunya, 1934

Aunque la situación actual recuerda sin duda a 1934. Recuerden, el triunfo conservador unos meses antes conllevó la mutilación del Estatut catalán y la anulación de la Ley de "rabassaires" (por la cual pequeños agricultores podían adquirir las tierras que hubiesen cultivado durante 15 años). La entrada en el Gobierno de un partido golpista como la CEDA, violento, desleal con la República y con guiños hacia el nazismo, desató una huelga general el 5 de octubre del 34, que sirvió de previo a la revolución asturiana y a la proclamación del Estat catalán, que acabó sin efecto tras la irrupción del Ejército español, dejando el choque de fuerzas un reguero de 46 muertos. Tras la contienda, 3.000 personas fueron encarceladas (uno de ellos el president Companys), se suspendió la autonomía, se disolvieron ayuntamientos democráticos y se desató una represión brutal contra organizaciones y periódicos progresistas que finalizó tras el triunfo izquierdista en las elecciones del 36.

La opresión

El golpe de Estado del 18 de julio conllevó una sangrienta guerra, un millón de muertos (muchos de ellos en retaguardia) y cuarenta años de infame dictadura donde la opresión a la cultura catalana fue el menú diario. Cuando murió el tirano, Pujol alcanzó el poder, renunció a tener Hacienda propia y construyó un nacionalismo a su medida con la educación y la cultura catalanistas como bandera. En Madrid se enamoraron de Pujol: lo consideraron un "hombre de Estado", miraron para otro lado con sus fechorías, ABC le nombró "español del año" y hasta el Ibex se fijó en Ciu como modelo de derecha española tras la caída de la UCD para diseñar la fallida "Operación Roca". Y Pujol respondía: apoyó al último Felipe, hostigado por los crímenes de Estado y la corrupción, y al primer Aznar, neoliberal, privatizador y pulmón de la burbuja que nos sepultó. Acabó el periodo Pujol, el tripartito llevó a cabo un Estatut zancadilleado por el PP y posteriormente recuperó el poder CiU, la formación más corrupta de Europa junto al PP e infame ejecutor, al igual que la derecha española, de los recortes contra las capas de la población más débiles.

El proyecto de CiU

CiU advirtió que la multitudinaria Diada de 2012 le abría un camino, Mas no pudo lograr la mayoría, el pacto con ERC acabó con la carrera de Don Artur por orden de la CUP, y entre medias el referéndum de 2013, donde no hubo violencia, ha acabado con el ex president teniendo que recopilar 5 millones de euros. El procés en otoño de 2017 parecía tener pocos visos de salir adelante por su falta de apoyos internacionales relevantes, pero ahí estaba el PP para promover en el 1-0 la "marca España" que dio la vuelta al mundo con casi 900 heridos. ¿La razón? El PP es una formación fundada por 7 ministros de Franco; en su día estuvo en contra de la Constitución, del aborto, del divorcio, del matrimonio homosexual y de cualquier derecho civil; y sobre todo Rajoy es consciente que en su seno anida la extrema derecha, a la que había que satisfacer con hostias a unos señores que no cumplían la Ley, palabras cómicas en boca de un líder que cobró en "B", que le envió mensajes de cariño a Bárcenas tras destaparse la corrupción popular y que tiene 800 cargos imputados porque la honradez brilla por su ausencia en Génova 13. Olvidan los populares que muchos de los derechos y libertades que disfrutamos hoy en día están producidas porque en su día alguien se saltó alguna estúpida Ley, siempre defendida a conveniencia del poder.

El dinero es lo primero

Liderando el procés estaba el nacionalismo conservador catalán, siempre a la sombra de la burguesía. Convergencia, ya sin Unió, manipuló a su antojo medios públicos y privados, regados continuamente por subvenciones y alentadores de una exitosa teoría que dice que los catalanes pagan las cervezas a los andaluces, o dicho finamente "España nos roba". Esos medios exhibían la balanza de pagos pero ocultaban la política de inversiones de Madrid de los dos últimos siglos, siempre beneficiosa con Barcelona mientras Galicia o Extremadura morían en silencio. Al clima de Guerra solo le faltaba el mensaje irresponsable del Rey Felipe VI, que con sus excesos se convierte en monarca de media España, le anula su posible papel mediador y une su destino al del partido en el Gobierno (error que le costó el exilio a varios de sus ancestros). Estos dos errores madrileños, palos que legitiman al independentismo y discursos imprudentes, no cuentan con un contrapeso por la incapacidad de la izquierda española, sufridora del sandwich nacionalista. Los progresistas han sido incapaces de articular su mensaje con una deseable República federal de fondo. Ahora Madrid se frota las manos con el chantaje de la banca catalana a la Generalitat, pero ésto no podría ser suficiente.

El PP

El Partido Popular es ese partido que dice defender a España pero odia al 70% de los españoles: vascos, rojos, catalanes, maricones, gitanos y mujeres. Ellos prostituyen la patria que dicen defender mientras exhiben la rojigualda en el corazón, eso sí, con la cartera en Suiza. Esta formación está liderada por el genuino Rajoy, que creyó que lo arreglaba con un guiño del perturbado mayor del reino, Trump, con un barco con Piolín y con  las cloacas del Estado, que con la unión del Ministerio del Interior, las cloacas policiales, los fondos reservados y varias anémicas cabeceras de prensa madrileña, utilizada como mamporrera, consiguieron demostrar que Pujol era un chorizo, pero no pudieron demostrar que ellos eran gente honrada. Lo demostraron tras callar durante años, pero ahora el PP está encantado de que el tema se vaya por el sentimentalismo de las banderas mientras la izquierda está incómoda porque el rojerío es esencialmente internacionalista, es decir, que la izquierda sabe que las banderas fueron trapos creados por el emperador de turno para que pordioseros y esclavos murieran por defender el terruño del tirano bajo la excusa de una bandera, que nunca ha sido más que una trola para que la plebe crea que está inmersa en una causa común que siempre es una causa de unos pocos.

La partida final 

El PDeCAT no debiera hacer una Declaración Unilateral de Independencia basándose en un referéndum de parte y sin ningún tipo de garantías, pero lo intentará porque sabe que tendrá en la mano la independencia a medio plazo si a Moncloa se le va la mano con la reacción, ya sea suspendiendo la autonomía o encarcelando a Puigdemont que se travestirá de mártir. La solución irremediable a medio plazo será votar, la unión de Podemos, PSC, Izquierda Unida, PP y Ciudadanos tendrían muchísimas opciones del triunfo del "no". Quizás algunos crean que todo se "solucionará" con mano dura desde Madrid, situación que acercaría el Estat catalá. O si finalmente habrá adelanto electoral en Catalunya con la intención de los partidos del Gobierno de la Generalitat logren una legitimidad que todavía no han alcanzado. Lo peor de todo es que los dos líderes de la Guerra, Rajoy y Puigdemont, representantes de dos derechas nacionalistas corruptas, están encantados: el gallego porque sabe que patriotas de pacotilla le harán arrasar en las próximas generales, y ya saben que a Don Mariano solo le importa su ombligo. De hecho firmaría sin reservas que hubiese un millón más de españoles en paro a cambio de diez puntos de proyección electoral. Y el catalán también está feliz entre el poderío convertirse en mito cual Companys. Ganarán ellos, perderemos todos y se creará un caldo de cultivo para el renacimiento de una nueva Terra Lliure...