Tres Tristes Trileros: los pájaros del falso navarrismo al descubierto









Cuando abordamos Tres Tristes Trileros (Txalaparta, 2016), nos encontramos una obra imprescindible, de socarrona lectura, que desmenuza las siniestras actuaciones de la derecha navarra. Tres autores, José Mari Esparza Zabalegi, Floren Aoiz y Patxi Zabaleta, prestan sus plumas para desplumar las biografías de tres sujetos, Víctor Manuel Arbeloa, Jaime Ignacio del Burgo y Jesús Aizpún, que por diversas circunstancias tutelaron el encaje de la Comunidad Foral en el Estado tras la muerte de Franco y pusieron en pie los tópicos, falsedades historicistas y miedos que han servido de torpe sustrato ideológico a los que hoy dicen defender Navarra, y de escuálido argumentario entre los que hoy viven electoralmente con la etiqueta del navarrismo, que se sustenta tan solo de vascofobia tras caerse el mito de la buena gestión, la honradez y la defensa del Fuero.

Esparza Zabalegi, el primero en entrar con el estoque literario, desnuda con tal facilidad a Arbeloa que sería de buen cristiano ser al menos condescendiente con este pájaro de no ser por su siniestra actuación en la Transición (conversión del socialismo hacia el facherío, prostitución del lenguaje de la izquierda, constantes manipulaciones históricas sobre las actuaciones pasadas del PSOE o la utilización de la izquierda sociológica para mantener el status quo del franquismo). El nombre de Arbeloa, que no aguanta vivo tan solo una hora ante una hemeroteca, queda retratado como un avezado pájaro que supo suicidar a tiempo sus hábitos para intentar capitanear la izquierda navarra antes de ofertar su legado al mejor postor para redimirse de su edipismo público.

Floren Aoiz por su parte elabora un magno ensayo en el que hace una autopsia a la familia Del Burgo, que tan bien encarna a la clásica familia conservadora navarra: de la mirada cómplice al Estatuto vasco-navarro de 1931 a aullar por la matanza de 1936, pasando por ejercer de colonialista barato de Madrid en el fascismo antes de poner en pie diversas filiales madrileñas tras la muerte del Caudillo, escudado con un hipócrita discurso en el que dice defender Navarra y tan solo pretende hurtarle cualquier tipo de democracia, como demostraron con el llamado Amejoramiento. Aoiz no se detiene, tal como debiera, en señalar las líneas maestras del cambio de la derecha navarra al convertirse en pariente pobre de Euskadi, convertida en foco empresarial y poblacional del norte. Ahí seguramente acabó cualquier tipo de orgullo foral por parte de la derecha, travestida en voluntarista franquicia del madrileñismo centralista, con el odio al txistu y al euskera como bandera.

Patxi Zabaleta por último consigue escribir con esfuerzo una semblanza biográfica de un señor, Jesús Aizpún, que por sus condiciones carece de un legado intelectual que tener en cuenta. El fundador de Aralar, entre medias, se entretiene desmenuzando el escuálido discurso del autodenominado navarrismo sobre el Fuero, nos cuenta como se une la derecha navarro-española hacia los mimbres de esa sucursal madrileña cleptocrática llamada UPN y remata al títere, Aizpún, que al advertir en perspectiva su diminuta figura política comprendemos el siniestro trabajo del pacto Opus-Diario de Navarra-Madrid y su brillante legado, que es el atado y bien atado: gran parte de los navarros advierte al euskera como ajeno, tiene alergia a cualquier vinculación política entre Navarra y Euzkadi y carece de interés mínimo de abordar su historia, conformándose con la lectura de las solapas de libros patrocinados por rufianes cuyo único interés es el de legitimar la cacería del 36, ejercer de tontos útiles con Madrid, y cobrarse de éste los intereses derivados por tal trabajo sucio contra su pueblo.